Archivo de la etiqueta: BTT El Molinillo

Fin de semana por Villarta

Para salir de la rutina y demostrar que en El Perro Verde BTT no le tenemos miedo ni al frío ni a la nieve, el 17 de enero una pequeña representación del grupo nos fuimos a hacer una marcha BTT organizada por el grupo BTT El Molinillo de Villarta, aprovechando los lazos de amistad que unen a miembros de los dos grupos.

Y ya que teníamos que hacer 130 kilómetros para llegar a Villarta, surgió la idea. ¿Por qué no hacer noche en Campillo de Altobuey, aprovechando que tenemos una casa allí? No haría falta hacer 260 kilómetros de carretera en un sólo día y además podríamos organizar una cena con barbacoa, que teniendo en cuenta que normalmente nuestros almuerzos son un bocadillo con pan de ayer sentado entre dos piedras en pleno monte, la mejora era evidente.

La planificación fue un poco de más a menos, ya que en un principio se pensó en que íbamos a ir siete personas, pero al final acabamos siendo cuatro. Ya se había hecho la compra de la cena y sólo faltaba cargar los coches, cuando llega el primer imprevisto del día: el eje de la bici de Javi se quedó en el suelo en la puerta de su casa, perdido totalmente. Por fortuna yo tengo tanto la bici nueva como la anterior Rockrider heredada por mi padre. Le tocaría ir con un cuadro de 21 pulgadas, pero mejor eso que una bici sin rueda delantera.

Rescoldos de la hoguera de San Antón
Rescoldos de la hoguera de San Antón

Tras la búsqueda de mi antigua bici ya llevábamos más retraso que Forrest Gump sacándose el doctorado, así que sin perder más tiempo nos pusimos rumbo a Campillo de Altobuey. El termómetro del coche ya nos iba avisando que la temperatura no iba a ser precisamente primaveral. Al llegar marcaba unos agradables -1 ºC, por lo que aprovechando que en la plaza del pueblo quedaban los rescoldos de la hoguera de San Antón, allá que fuimos a calentarnos un poco con las brasas y tomarnos algo caliente.

Torrando
Torrando

El paseo por el pueblo nos despejó lo suficiente para afrontar la realidad: para cenar teníamos que hacer primero brasas en la barbacoa, porque comer morcilla o panceta cruda no era muy apetecible. Pero entre las propias llamas de la lumbre, el vino, el lambrusco y los cachos de pan tostado al fuego con queso y sobrasada el rato pasó de forma súper amena. Lo cual viene demostrando que todo el mundo es necesario, pero nadie imprescindible.

En la cena
En la cena

Antes de que se me acabaran de congelar las manos me metí dentro de casa para hacer la ensalada y preparar los postres. Íbamos tan preparados que hasta hicimos Agua de Valencia. La cena fue demasiado copiosa. Tan copiosa que dormir fue un suplicio. Pocas veces he comido tanto la noche antes de una ruta en bici. Creo que dí más vueltas en la cama por la noche que en la bici al día siguiente.

La mañana amaneció con escarcha en los cristales. En vez de una humeante cafetera, el único vapor que ví fue el que salía de la taza del retrete cuando fui a hacer aguas menores. No necesitaba más señales. Debajo del culote corto, además debía ponerme las perneras y dos chaquetas si quería salir a la calle más o menos en condiciones compatibles con la vida.

Escarcha
Escarcha

Tocaba cargar de nuevo las bicis en los coches. Nada más salir a la calle un charco convertido en hielo nos daba la bienvenida a una mañana de un frío desconocido para nosotros. Los coches estaban bajo una capa de escarcha y a duras penas pudimos cargar las bicis porque no teníamos sensibilidad en las manos para apretar las tuercas del portabicis. Al arrancar el coche para que se calentara un poco el termómetro marcaba -5 ºC. Todo empezaba a encajar: la página del tiempo jamás acierta en Valencia, pero en Cuenca se ve que sí. Pero no íbamos a darnos por vencidos, ni mucho menos. Un café con leche en el bar y zumbando a Villarta.

Tras acabar la marcha
Tras acabar la marcha

Llegamos a duras penas. Ya todo el mundo estaba dispuesto a salir zumbando con la bici, pero nosotros lo único que teníamos que hacer era bajar la bicicleta del techo y unirnos con los demás. Mientras Damián saludaba a los conocidos, el enorme pelotón estaba dándole una vuelta al pueblo para calentar. De todos modos estamos hablando de un pueblo que no llega a los mil habitantes: darle la vuelta es un abrir y cerrar de ojos, así que en un momento empieza la carrera.

José y Javi toman la delantera y salen disparados por cabeza, sin embargo Damián y yo decidimos ir detrás a expensas de ver lo que puede depararnos la ruta. Odio llegar a un tramo complicado y que te intenten adelantar a las bravas mientras oyes comentarios de reprobación detrás de ti. Tan detrás íbamos que durante los primeros kilómetros éramos los últimos, directamente.

Pistas
Pistas

El primer tramo de la ruta consistió en un conjunto de pistas, generalmente de bajada, interrumpidas muy de vez en cuando por algún que otro obstáculo algo técnico que nos obligó a bajarnos de la bici durante escasos segundos. Nada destacable. No estamos hablando de estar caminando durante minutos, ni esos típicos tramos en los que te estás sentando y levantándote de la bici continuamente como si estuvieras en misa.

Cara de panoli después de subir el cortafuegos
Cara de panoli después de subir el cortafuegos

De pronto sin apenas avisar llega el primer plato fuerte de la mañana que nos logrará quitar el frío de golpe. La subida de un cortafuegos en la que tendremos que subir 80 metros en poco más de 700 metros de distancia. Por un firme irregular y lleno de roderas de escorrentía en la que una mala trazada que te obligue a poner el pie en el suelo puede ser un contratiempo muy gordo, porque es muy difícil encontrar un tramo que permita subirse a la bici sin caerse. Además aquello parecía «la senda de los elefantes» ya que los que estábamos aún por aquella zona no éramos precisamente los más ágiles de cada casa. Parecía la típica cola enorme de camiones subiendo las cuestas de la N-II llegando a Fraga.

Pistas
Pistas

Y nada más acabar la subida, en todo lo alto, la organización nos tenía preparado un avituallamiento muy útil viendo la cara de desfallecidos que traían muchos de los presentes. Lo malo, la mitad de la fruta se había acabado y sólo quedaban manzanas… Pero al menos la cocacola estaba bien fría. No hacía falta hielo. De hecho, en muchos bidones el agua estaba literalmente congelada.

La segunda parte de la marcha fue la mejor. Un continuo ir y venir por sendas muy estrechas que tenían la dificultad perfecta para mí. En algunos tramos se complicaban un poco, pero no lo suficiente como para disminuir la velocidad o tener que poner el pie en el suelo. Y los tramos más sencillos tampoco aburrían. Toboganes, pequeñas bajadas muy inclinadas, surcos donde era fácil caerse de un pedalazo… ¡Toda una Yincana!

Opinión personal e intransferible

No hay cosa que más rabia me dé cuando voy en bicicleta por Valencia que en una calle estrecha el cretino del conductor de detrás se ponga pegado a mi rueda trasera intentando adelantarte —como si fuera a diez por hora— y amenazando haciendo rugir el motor. Yo jamás me arrimo a la derecha del carril. Siempre voy en medio porque paso de que me adelanten a las bravas. Pero lo mejor es que en cuanto pueden hacerlo aceleran el coche como si el motor le fuera a salir del capó… Para parar en seco a los veinte metros en un semáforo en rojo y recibir la más amplia de mis sonrisas cuando me paro a su lado. O bajando de una montaña por asfalto, el capullo de turno que te adelanta para a continuación ir detrás de él frenando continuamente. La causa es la misma: ¡Cómo coño voy a ir yo más despacio que una jodida bicicleta! Eso es herirlos en su orgullo más profundo e íntimo.

Pues exactamente eso es lo que sentí en las sendas. Se oían los comentarios del de detrás de mí. Y estoy convencido de que las causas eran las mismas: ¡Cómo coño voy a ir yo más despacio que el capullo de la Rockrider! Aunque delante de mí fuera Damián a mi misma velocidad, y delante de él ídem otra persona. A más flipao, más clasista. Hala, ya lo he soltado. Fin de mi opinión.

El tercer tramo bien diferenciado de la ruta lo marca la bajada a un pequeño barranco con la ayuda de un pequeño puente construído con palés para cruzarlo. Parecía endeble incluso para ser cruzado por un niño en triciclo, pero había que tomarlo a toda velocidad porque la rampa que venía a continuación era increíble. Por suerte había gente de la organización animando a no tocar el freno para bajar lanzado. Tras eso, volvió otra etapa de pista dispuesta a poner el plato grande y correr como nunca.

José pasando por el puente
José pasando por el puente
Alberto pasando por el puente
Alberto pasando por el puente
Javi cruzando el puente
Javi cruzando el puente
Damián cruzando el puente
Damián cruzando el puente

Poco antes de llegar, tras parar un par de minutos para llegar a la meta junto a Damián el camino se torció y nos metimos en una sucesión de badenes enormes en los que lo más normal del mundo era doblar el plato grande ahostiándolo contra el suelo. Un par de bajadas de las que dudas si llegarás hasta abajo con dientes pero poco más. En cinco minutos ya habíamos llegado. José y Javi llevaban veinte minutos esperando.

En la rifa
En la rifa

En un cobertizo nos esperaban platos con zarajos, chorizos, cortezas, bebida y encima gratis. Todo perfectamente montado y organizado, y encima gratis. Poco más y salimos de allí con pulmonía triple, pero mereció la pena. Tanto frío hizo que en Minglanilla paramos en un bar a tomarnos un café bien caliente. No llegamos a apreciar la suerte que tuvimos hasta que por la tarde nos llegaron fotos del pueblo nevado. ¡Por los pelos!

Sigue leyendo la crónica