El pasado sábado, la manada de El Perro Verde BTT se fue a repetir una ruta que sólo cuatro privilegiados pudimos hacerla este verano. Se trata de un circuito completo y divertidísimo que tiene como salida la bonita capital de la Ribera Alta, Alzira.
La ruta estaba diseñada para llegar a Alzira en tren. Dada la aversión que tiene el grupo a la hora de usar el transporte público, en un principio esperaba que en la estación me esperase Damián, y si me apuras, Rafa. Me equivoqué completamente. Además de nosotros tres también estaban Jorge, Alicia, Rafa Gómez y Vicente Sanz. Y no sólo ellos, sino que además nos encontramos con un antiguo miembro del grupo, José «el canario». Al ser vigilante de seguridad tiene los sábados ocupados y ya no puede salir con nosotros, pero se ve que es de las personas que marcaron una época el El Perro. ¿Os habéis fijado que solo unos pocos elegidos pueden tener como segundo nombre su lugar de origen? Escipión «el africano», Poli Díaz «el potro de Vallecas» o Manuel Benítez «el cordobés».
Si el tren se va, ya los alcanzaré desde Carcaixent. ¡Mierda! ¡Si la bici está fuera!
Sólido plan de rescate
En el tren llegamos a Alzira en un rato, que además se hizo muy ameno. No obstante la llegada fue accidentada a más no poder. Para empezar, nos preparamos para salir cuando el tren ya estaba prácticamente parado. Esto es —hablando claro— llamar al desastre. Nada más abrir la puerta salgo con la bici, la apoyo en una farola y me giro para ayudar a bajar a los demás. Al salir Damián, que estaba el último, veo que se ha dejado en el suelo el pañuelo de la cabeza y un guante. Sin dudar un momento pegué un salto de esos que sólo te salen en situaciones de riesgo y volví a meterme al tren. Fue un solo segundo, pero en mi cabeza pasó una eternidad. ¿Y si el tren cierra la puerta y me quedo dentro?
¡Joder que mi bici está fuera!
¡¡Y la mochila con el móvil!!
¡¡¡Y el billete para salir de la estación!!!
¡¡¡¡Dios!!!! ¡¡¡¡No dejéis que se cierren las puertas!!!!
Volví a bajar de un salto mientras mi bici fuera se pegaba el tortazo padre. Me sentí como Indiana Jones saliendo en el último momento de una de las trampas del templo maldito, cuando una pesada puerta de piedra cerrándose sólo dejaba un pequeño resquicio para salir. Pero una vez abajo, otra vez asalta la duda… ¡Sólo he encontrado un guante! ¿Y el otro? Pues resulta que el otro sí lo había cogido Damián. Falsa alarma.
Tras reunirnos con el resto y salir del aparcamiento de la estación nuestro primer destino son las pequeñas sendas junto a la ermita de San Salvador. Ahí ya se ve claramente el orden de todos estos itinerarios. Mientras los demás esperan junto al fin del tramo, Alicia, Damián y yo llegamos a remolque y como buenamente pudimos. No sé como demonios lo harían para bajar los tres últimos escalones que medirían más de un metro de alto. Era imposible bajar sin rascar los platos con su posterior hostiazo.
Un pequeño aperitivo de kilómetro y medio por la carretera y nada más salir comienza la subida del día. Al principio la cuesta es muy amena, hasta llegar a las puertas de la murta. Al girar a la izquierda en busca del camino del bar nos saluda una rampa del 9% en la que cualquier prenda de abrigo empieza a sobrar, pero he aprendido de Vicente. A no ser que nieve, granice o hiele, mejor con el culote corto. El calor, unido a la humedad de la mañana hace que las gafas se empañen cosa mala y no se vea nada, pero veo como a Rafa Gómez le sobran fuerzas para levantar las ruedas cuando pasa delante de la cámara de Jorge… ¡Ya le adelantaré!
La subida se hace más larga de lo que parece en un primer momento. Es como la típica ruta por asfalto en la que parece que estás delante de la cima, pero al girar la siguiente curva ves como la carretera sigue subiendo el doble de lo que llevas. Pero al fin llegamos a la Font del Barber, punto culmen del día, donde un merendero nos vino de lujo para almorzar. También vimos como otro grupo de BTT que Xuso conocía —que bien podrían llamarse «Flipaos de la Vida MTB»— llegaba al lugar derrapando y haciendo entre ellos una especie de contrareloj al más puro estilo Mario Kart. Supongo que se anotarán los tiempos y el ganador se llevará un jamón en la cena de navidad, porque si no, no me lo explico.
Normalmente siempre vamos cargados con bocadillos, sandwiches y cervezas, pero esta vez incluso hemos podido comer bombones de licor. De todos los bombones que se venden, éstos eran los únicos que no se anuncian en la tele con una canción empalagosa y cursi, por lo que se agradece un montón.
Un pinchazo de Vicente nos hizo retrasarnos un poco antes de afrontar el siguiente obstáculo: la madre de todas las bajadas. Desgraciadamente el momento no está en el vídeo, pero es para admirar. Una bajada de más del 10% donde más de uno se llevó un susto importante. Estuve a punto de ahostiarme y sólo iba picado conmigo mismo. No puedo imaginarme lo que hubiera pasado si hubiese ido picándome con nadie. Y ya ver a Rafa derrapando al límite no debe tener precio.
Se acaba la diversión y volvemos temporalmente al asfalto, hasta llegar a una trinchera del antiguo ferrocarril Gandia-Alcoy que nos llevará hasta la Barraca d’Aigües Vives. Una paradita en la fuente nos viene bien para afrontar la segunda parte de la ruta, que aunque en teoría son todo sendas, una equivocación nos hace meternos a subir cuestas campo a través con la bici al hombro. Siempre está la típica gente que dice «Yo en el gimnasio no hago piernas porque el sábado juego un partido de fútbol con los colegas». No sé si subir una ladera con 18 kilos al hombro se podrían convalidar por una serie de sentadillas.
Pero finalmente llegan sendas de quitarse el sombrero casco. Llenas de piedras que con una rueda de 29 se pueden pasar a toda velocidad, para acabar en una senda estrechísima en la que hay que llevar cuidado para no dejarse la cabeza en alguna rama. Tras este último momento de adrenalina a tope —especialmente si vas a una velocidad poco recomendable— sólo quedaba volver a Alzira.
Cuando llegamos a la estación faltaban seis minutos para que llegase el tren, pero aún faltaba gente. En el último segundo, pasando los tornos cuando el tren ya estaba frenando en el andén conseguimos subirnos. A Vicente le trajo una furgoneta, casi me dejo el móvil encima de la máquina de los billetes… Por poco nos dejamos a Kevin solo en casa, pero esa sensación de «por poco» ya no nos la quitan.
Una cerveza en Valencia con Damián y Rafa Gómez fue la manera perfecta de despedir un día genial. Rutón repetible y reivindicable.
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