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Chelva, 20 de enero de 2018

Para el próximo sábado El Perro Verde BTT vuelve a la comarca de los Serranos para hacer una ruta que partiendo de Chelva, recorre varios parajes hasta la zona del embalse de Benagéber.

Nada más salir de Chelva cruzaremos el río Tuéjar por el puente del Realillo y a los tres kilómetros cruzaremos, esta vez el Turia, sobre el Puente de Barraquena.

Nada más cruzar el Túria comienza la primera y gran subida del día, de unos seis kilómetros de longitud donde ascenderemos unos 475 metros hasta el Collado Estrecho, dejando a nuestra derecha el Pico Tiñoso. Justo en la cima abandonamos el camino de Chelva a Villar de Tejas y bajaremos por la zona de la Fuente de la Cortina hasta el camino del Embalse.

El Camino del Embalse, construido durante la construcción del mismo, ofrece unas vistas espectaculares del Turia, pasando por los Chorros del Barchel y la roca que parece despeñarse hacia el río, lugar casi obligado para hacer fotos.

El camino acaba en la coronación de la presa. Desde ahí se afronta la subida al puerto de la Mataparda, segunda subida del día, bastante más suave, donde sólo subiremos unos 300 metros. Tras pasar por el Puntal de la Sima dejaremos el Pico Cerillar a nuestra izquierda. El último tramo para volver a Chelva se realiza por el camino de Bercuta.

En total será un recorrido de unos 38 kilómetros y cerca de 1 000 metros de desnivel.

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La revuelta al embalse de Benagéber

El pasado martes un pequeño reducto de El Perro Verde BTT formado por Rafa Folgado, Alicia, Juan Lozano y un servidor se fue a cumplir un reto bastante exigente. Algo más duro que una simple salida habitual del grupo. Darle la vuelta al embalse de Benagéber, recorriendo 75 kilómetros con un desnivel acumulado de más de 2000 metros. Que no engañe la costumbre: pese a estar todo el rato al lado de un río, se suben unas cuestas de impresión.

En el puente sobre el Turia
En el puente sobre el Turia

Una salida así es difícilmente abarcable si hubiésemos ido todo el grupo. Completamos la ruta con poco más de una hora de sol por delante y eso que el único contratiempo destacable fue la salida de cadena de Rafa. Con quince personas puedo llegar a imaginar roturas de cadena, pinchazos y diferencias de una hora entre el primero y el último en llegar. Afortunadamente todo salió a pedir de boca.

Nos pusimos en marcha nada más llegar a Tuéjar. Con la desagradable sensación de notar tu respiración congelarse en la braga del cuello salimos por la carretera del pantano, para tomar una pista forestal a los tres kilómetros. Subida contínua pero asequible, pero las cosas empezaron pronto a torcerse…

Pisteando
Pisteando

Ya nos avisó Juan: la primera cuesta era la única con el firme roto y con una pendiente que quitaba el hipo. Juan y Rafa salían escopetados mientras Alicia y yo nos quedamos muy, muy atrás. Eso desmoraliza a cualquiera. Hacía mucho frío, pero ya estábamos sudando como un gorrino y para colmo —esto ya es marca de la casa— había dormido unas tres horas.

Por fin llegamos a un pequeño replano. Estaba convencido de que la rueda delantera me frenaba porque no podía ser que me sintiera tan cansado. Al ajustar el freno la experiencia mejoró, pero no mucho, la verdad. Sólo habíamos hecho 15 kilómetros y en mi cabeza no dejaba de resonar la frase «una retirada a tiempo es una victoria». Si hubiese dado media vuelta serían 30 kilómetros, me metía a un bar, me bebía una taza de chocolate y me echaba una ligera cabezadita de cuatro o cinco horas hasta que volviesen los demás. Pero como dicen en los concursos de la tele, hemos venido a jugar.

Almorzando en la chopera
Almorzando en la chopera

La increíble bajada que tomamos a continuación, unido al frío tan tremendo hizo que se me congelase la cara. No podía gesticular, ni mucho menos articular palabra. Lo único que conseguía era mover la boca con movimientos dignos de una sala de rehabilitación, con el añadido de que se me caía la baba como a un tonto de ídem.

—Juan, ¿cuántas subidas quedan?
—Diez u once, depende de como las cuentes.
—Joder, no sé para qué cojones pregunto.

La ignorancia es la madre del optimismo

Al menos el almuerzo ya estaba al caer, en una preciosa chopera en la ribera del Turia. No veas la ilusión que hace saber que la cerveza que llevas en la mochila puede que esté a la misma temperatura a la que ha salido de la nevera. ¡Ojala pudiéramos haber dicho esto en Chiva!

Nos quedaban 55 kilómetros por delante. Más de lo que solemos hacer habitualmente los sábados. Las horas siguientes pasaron un poco como en la película de «atrapado en el tiempo». Los pasos son los siguientes:

  1. Estamos en en comienzo de una subida. Juan, gracias a su curradísima gráfica de altimetrías, nos dice: «La próxima es de un kilómetro y medio, al nueve por cien».
  2. Miro en el GPS que estamos en el kilómetro 41, por lo tanto la cima estará en el 42,5. Pongo el plato pequeño y el piñón grande. Hoy no estamos para tonterías.
  3. Comenzamos a subir. En un minuto perdemos de vista a Juan. Cada 200 metros doy el aviso de lo que queda para la cima. A los 400 metros Rafa se escapa. A los 600 Alicia me deja tambien atrás.
  4. Me quedo subiendo a solas, hipnotizado al ver el GPS cambiando los numeritos. Es la única manera de no pensar en la frase que rondará todo el día: «Con lo agusto que estaría durmiendo».
  5. Al llegar a la cima se hacen las fotos de rigor y se baja. Lo que has tardado una eternidad en subir se tarda un instante en bajar.
  6. Regresar al primer punto. Repetir doce veces.
La fuente de las abejas
La fuente de las abejas

Pero a veces pasan cosas que interrumpen la rutina, como el reto de llenar un bidón de agua en una fuente plagada de abejas. El secreto es el sigilo, los movimientos lentos y no cabrearlas, así que más vale no hablarles de fútbol, religión, política, ni sobre todo, de sacar el tema de comprarse bicis de dos mil euros para hacer vías verdes y carriles bici.

Al estar el embalse tan vacío las distancias eran engañosas. Parecía que quedaba mucho para llegar a la presa, pero en realidad no estábamos tan lejos. Al cruzar el minúsculo poblado del pantano, una exagerada subida hizo que Rafa necesitara poner el piñón más grande. Lo debió engranar con tanta ansia que la cadena se salió y quedó atrapada entre los radios y el cassette, y eso son palabras mayores. Sin una llave para quitar los piñones, lo único que queda es estirar, hacer palanca con un destornillador y rogar al cielo de no destrozar del todo la cadena en el intento.

Problemas mecánicos
Problemas mecánicos

Aquí me sentí como el portavoz del grupo mixto. Yo hablaba, pero nadie me hacía ni caso. «Tronchad la cadena que vais a romper el cambio», «el cambio se está doblando demasiado», «no vais a poder quitar la rueda si no tronchais antes la cadena…» Pues evidentemente, la cadena se tronchó tras medio quitar la rueda y estar a punto de joder el cambio. Pero pese a los cincuenta o sesenta «me cago en todo» de Rafa, conseguimos salir airosos de la situación. Motivos para cagarse en todo hubiera habido si Rafa estuviese solo, pero si vamos los cuatro juntos y encima al lado de un pueblo no hay problema.

Máquinas trabajando
Máquinas trabajando

Tras parar a comer emprendimos la bajada al pantano y luego la suave pero inacabable subida por asfalto al puerto de Mataparda. Tras coronar quedaban nueve vertiginosos kilómetros de bajada asfaltada donde poner al límite la capacidad de mi bici-tanque haciendo una media de 40 km/h con mi innata habilidad para trazar las curvas de la forma más torticera y peligrosa posible.

Para celebrar que habíamos conseguido llegar al pueblo enteros, nada mejor que tomar un café bien caliente. Aún quedaba un buen rato de coche, pero ya teníamos en el cuerpo la satisfacción de haber superado un magnífico reto.

Recuperándonos tras la ruta
Recuperándonos tras la ruta
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