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Parque fluvial feat. Pesadilla en la cocina
El pasado lunes, aprovechando que era fiesta decidimos despedirnos del puente con un paseíto rápido, de esos que haces porque tampoco tienes ningún sitio mejor donde ir, así que cogimos la bici y nos fuimos a recorrer el río, hacer un par de senditas por la Vallesa e ir a almorzar a Ribarroja.
El día fue más o menos como ir al ambulatorio: pasarte esperando la mayor parte de la mañana y cuando vuelves a casa va y dices «¡Pero si no me han hecho ná!». Porque en eso ha consistido la mañana, en esperar y esperar.
Yo si veo que se hace tarde me salgo a almorzar
Paco Jorge: lo primero es lo primero
La primera en la frente, un pinchazo de Damián que nos tuvo parados más de diez minutos. No pasa nada, sucede en las mejores familias y hay cubiertas que son muy cabronas de quitar. Pero el estómago de Paco Jorge ya estaba empezando a despertarse. Habíamos liberado a la bestia y ni siquiera estábamos dentro de la Vallesa, que como puede apreciarse en el track, fue un puro trámite. Un par de sendas y listo. Deberíamos haber salido antes de Valencia.
Lo verdaderamente demencial viene cuando buscando un sitio para almorzar decidimos entrar al Richi, un local que tampoco es que sea un local… Lo que viene siendo una especie de casa de pueblo con terraza en el que hay una pequeña barbacoa donde hacen bocadillos.
Si observáis detenidamente el track veréis que tardamos una hora y media desde que entramos hasta que salimos. «Os cebaríais cosa mala, ¿no?» estaréis pensando… ¡Todo lo contrario! Todo lo que vivimos allí fue una oda al descontrol más absoluto y a la peor forma de tratar a un cliente, adrezado con las bromas de Paco Jorge en modo ametralladora.
Nos traen los cacaos cuando nos habíamos acabado los bocadillos: El placer por el detalle
Para empezar desde que llegamos hasta que alguien tuvo la decencia de comprobar que existíamos pasó más de un cuarto de hora. Menos mal que estamos en diciembre y no llegó nadie deshidratado. Pero no os entusiasméis, que vinieron para dejarnos los papeles con los bocadillos. Aún era demasiado pronto para tomarnos nota. Eso sería más tarde.
Cuando por fin nos tomaron nota, otra media hora para esperar. Él único que ya había almorzado era Rafa, que traía su propio bocadillo. Los demás, nunca mejor dicho, ni agua. La situación habia pasado ya hace rato de castaño oscuro. Javi y yo decidimos acercarnos a «la cocina» porque para coger dos botellas de cerveza y unos vasos no hace falta preparar nada. Si no han traído ni la bebida es por ineptitud o olvido. Teniendo en cuenta que no seríamos ni veinte personas en el local —contándonos a nosotros— me inclino más por lo primero.
«En seguida os lo llevamos, en serio» Difícil de creer, especialmente cuando la espera viene aderezada con pequeñas apariciones del dueño del local diciendo que se habían acabado las patatas, el pimiento… ¡O las olivas! ¿¡Cómo demonios se pueden acabar las aceitunas en un bar!? ¿Acaso no sabían que los días festivos la gente, a veces, tiene la loca idea de coger un rato la bici por el río? Al menos se apiadaron de nosotros y trajeron la bebida. Para cuando trajeron los bocadillos Rafa ya se tenía que ir, Damián empezaba a estar bastante mosca con la situación, y yo, que todo me lo tomo a risa, ayudado por Paco Jorge casi me estaba revolcando por el suelo a carcajada limpia. Por ejemplo, viene un hombre a rodar con nosotros por primera vez. Pesa unos 120 kilos. No lo decimos nosotros, lo dice él. Le pica una abeja y Paco le dice: «No me extraña, contigo anda que no hay sitio para picar».
Por fin llegaron los bocadillos. Mucho más pequeños que en el nunca lo suficientemente recordado Askuas 1.0 (el Askuas 2.0 que hay ahora, con dueños nuevos no es ni la sombra de lo que fue). Normal que nos quedásemos con hambre. Algunos locos de la vida decidieron pedir otro bocadillo, porque el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. De hecho, en ocasiones más que tropezar parece que intente partirlas a cabezazos.
Me apuesto lo que sea a que no les queda ni fiambre
Damián vislumbrando el futuro
Hicimos amago de pedir cafés, pero al final ni cafés ni nada. Como era fácil de adivinar, tampoco les quedaba ni pan. Su despensa tendría que estar más vacía que el cerebro de un tronista. Nuestra paciencia tenía un límite, así que nos largamos tras alguna que otra disculpa más difícil de creer que un político en precampaña. Bendita publicidad que le vamos a hacer al negocio.
Como se nos había hecho más que tarde, tardísimo, a la vuelta había que darle un poco de marcha al tema. Sé perfectamente que si yo salgo lanzado, Javi me va a seguir. Y si hay dos personas que se pican entre ellas, tan seguro como que mañana saldrá el sol que Vicente también tirará. Y raro será que Rafa se quede atrás. Así que metí el plato grande y emprendí la marcha a la velocidad máxima en la que sé que no tiraré el hígado a los tres minutos, entre 31 y 33 km/h. No me equivoqué.
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