50,8 km | 1.584 m |
4:29 | 120 |
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Érase una vez que siete de los integrantes de El Perro Verde BTT se fueron a dar una vuelta por la sierra de Espadán. Una ruta dura, larga, con subidas interminables y bajadas muy veloces, tanto por pistas, por sendas e incluso por asfalto. Una ruta con la garantía de Juan Moya, y evidentemente no defraudó.
El día comenzó de una bonita manera: perdidos por la autovía, pasándonos de salida y Damián subiéndose por las paredes —metafóricamente hablando—. Tampoco era para tanto, si total, íbamos bien de tiempo. Además vamos a ser pocos y bien entrenados, no parece la típica ruta que acabaremos a las cuatro de la tarde. ¡Calma, por favor! Que es sábado. Salir con la bici sirve entre otras cosas, para tener una mañana alegre y distendida. Si se convierte en el mismo ajetreo que durante la semana, para eso nos quedamos haciendo horas extras. Así al menos vas adelantando faena.
Mientras ascendíamos con el coche las primeras cuestas desde el valle del Palancia hasta llegar a Azuébar el termómetro ya nos avisaba que la primera toma de contacto con la bici iba a ser terrible. Con temperaturas de cuatro o cinco grados Vicente se nos presentó de corto con manguitos. Hasta los guantes eran de verano. Ya sabemos que es un hombre que podría ir a la nieve con bermudas y playeras, pero no me hago a la idea de verlo así en pleno diciembre. Cuando abrimos la puerta del coche al encontramos con Juan, Rafa y Xuso la sensación fue de haber bajado en el planeta helado de Hoth. Había que salir cuanto antes, a riesgo de perecer bajo una capa de escarcha como Jack Nicholson al final de El Resplandor, pero como siempre, los fallos mecánicos llegan sin avisar y el freno delantero de la bici de Damián iba tan frenado que bajando una rampa la bici podría ir hacia atrás. Durante un buen rato perdimos de vista a Rafa y Vicente. Igual se estaban tomando un café con leche o algo en el bar de la calle…
La única manera realista de entrar en calor era pedalear… ¡Y cuesta arriba! Así que salimos por fin del pueblo y tras unos metros de asfalto nos metimos de lleno a una pista que no hacia presagiar ningún momento de bajada. Era tan temprano que ni siquiera habían llegado los cazadores. Que por cierto, aunque la sierra de Espadán sea parque natural no es legalmente ningún impedimento para que campen a su antojo. Pasar la mañana oyendo escopetazos no es muy agradable. Más aún para un ciclista, que como todo el mundo sabe tienen forma de liebre. Eso sí, tienen unos perros preciosos, siempre que sirvan para cazar.
En mitad de la subida de repente Damián desaparece. Cansado de esperar, intento decirle a Juan que se esperen por delante… Y como no, justo cuando hacen falta, los walkis dejan de funcionar. No tienen alcance y además hace un ruido más desagradable que la Duquesa de Alba cantando una balada Heavy. Al final me toca dar la vuelta y era simplemente que se había salido la cadena. ¡Falsa alarma!
En el punto más alto de esta primera subida salimos a la carretera que une Chovar con Eslida, donde nos espera una bajada trepidante por asfalto. No estamos hablando precisamente de la N-340. En todo el rato no pasó absolutamente nadie. Ahí se pudo ver quien tiene años de carretera a sus espaldas y quien no. En las curvas con visibilidad no tengo reparo ninguno en abrir tanto la trazada hasta casi tocar el arcén izquierdo, práctica que puntúa mucho a la hora de opositar al cajón de pino. Y lo que es peor, Jorge me adelanta. Claro, se me hace difícil no tirar detrás de él, pero yo bajando soy pésimo. Voy a toda velocidad siguiéndole, pero antes de meterme en una curva me arrepiento en el último segundo y pego un frenazo. Si alguien va detrás siguiéndome de cerca muy gustosamente se acordará de mí y de todos mis ancestros hasta el cuarto grado de consanguinidad.
Damián me da un consejo; ve «a lo Marc Márquez» sacando la rodilla del lado que giras e inclínate. La parte teórica está clara, pero a la hora de la verdad me da pánico que la rueda patine. Claro, como todo el mundo sabe es facilísimo que una rueda de 2,25″ con tacos que parecen dados de parchís patinen sobre asfalto seco, pero son miedos irracionales que sólo se pueden superar con práctica. He tardado casi un año en aprender a bajar senditas fáciles, así que para esto puede pasar un año más. No obstante con la bici de carretera voy bastante mejor. Supongo que el hecho de ir sólo y más «a la aventura» me hace ir de modo mucho más responsable.
Tras estos kilómetros de diversión comenzamos la subida al collado Nariz con la buena noticia de que la rueda delantera de Damián no decidiese divorciarse del resto de la bici, dado que llevaba abierto el cierre rápido durante toda la bajada. ¿Desde cuando? No lo sé. La subida, para mí, fue la más sacrificada del día. Ya tenía un hambre tal que mi estómago se estaba autodigiriéndose a sí mismo pero no había plan de parar hasta la cima. ¡Y eso que había dormido casi cinco horas! Acostumbrado a ir con tres horas de sueño, eso es ir despejadísimo. La cuesta, de poco más de dos kilómetros se hizo larga. Me recordó a muchos tramos del día de Benagéber: al principio quería ir con el plato mediano. En cien metros, una mano invisible llamada «amago de infarto» pulsó la maneta para bajar al plato pequeño. Y a los doscientos ya iba con el molinillo de café puesto. Sin embargo quien peor lo pasó subiendo fue Xuso, que empezó a quedarse atrás.
Por fin llegamos a la cima con un hambre atroz. Comimos en plena efervescencia, comentando lo que puede suponer el hecho de convertirse en un club deportivo. La posibilidad de organizar marchas o competir como club en ellas. ¿Por dónde la trazaríamos? ¿La meteríamos por rampas imposibles o mejor aún, hacerles cruzar un río con el agua hasta más allá del pedalier? Mojados 2015,suena bien… Mientras tanto Jorge se ha aficionado a grabar los almuerzos con la cámara, así que hay que ir con mucho cuidado con lo que se dice, que luego todo acaba saliendo a la luz.
Estuvo muy bien pensado almorzar en lo más alto ya que la bajada a Eslida fue tan rápida que necesitamos calorías extra para mantener la temperatura corporal. No sólo era una bajada empinadísima, sino que la bici pegaba unos botes que unido al peralte exagerado del camino y las curvas de casi 180 grados con vistas a un precipicio lo hacía digno de una peli de terror. Pero como dijo aquél, no hay mal que por bien no venga y esa cuesta me regaló un pasamontañas perdido por algún ciclista despistado. Espero que no tenga ninguna maldición gitana porque es calentito y comodísimo.
Eslida es un pueblo que necesita un curso de márketing acelerado ya que se publicita como «fiel a sus aguas, corcho y miel», lo cual me parece absolutamente insulso. Es como si un anuncio turístico de Polonia fuera «Polonia: Minas de sal, gris arquitectura soviética y campos de exterminio». No deja de ser verdad, pero que tu mayor atracción turística sea conocida como la solución final de Hitler y encima sea extranjera… Volviendo al tema, un mejor eslógan podría ser «Eslida: tierra de quemaditos». Paramos en un bar lleno de ciclistas en el que nos sirvieron enseguida. Y menos mal, porque no estábamos para perder tiempo. Buen servicio, a cubierto, rapidez, prensa seria… Todo lo contrario al Richi de la semana anterior. Además compramos un décimo de lotería entre todos los que hicimos la ruta para mantener viva esa bonita tradición. Por supuesto, siguiendo esas tradiciones, tampoco nos tocará ni un duro.
Nuestra próxima parada es Aín, pero por enmedio se encuentra la vereda del Barranco de L’Oret, y que no os confunda el nombre, de barranco tiene poco, no es un paseo por el Carraixet. Es una montaña en toda regla. El agotamiento de Xuso ya era muy patente y cada vez había que esperarlo más, pero no se quería dar por vencido. ¡Y menos mal, porque a saber qué íbamos a hacer en mitad de la nada! Justo al empezar a bajar la rueda de Jorge reventó. Mientras el resto del grupo estaba de espectador del improvisado taller mecánico, Damián, Xuso y yo fuimos adelantando faena viendo que las fuerzas de Xuso no parecían ir a mejor ni con barritas de cereales, ni con jarabes. De una ruta con 1500 metros de desnivel sólo te recuperas con milagros.
Y fue en Aín, buscando una fuente, donde encontramos a lo que vengo en denominar «el colgado de la mañana». Un hombre del pueblo que asegura estar haciendo un buen negocio vendiendo agua de mar para deportistas. ¡Cualquiera le decía que bebiendo agua de mar en realidad te deshidratas! Luego me dijo que en verdad lo que se hacía era mezclar agua mineral con su agua de mar. ¡Perfecto! Compras agua para dietas bajas en sodio y le añades salmuera. ¿Por qué no? Y por último, ya, creo que llegó a decir que también vendía su agua de mar liofilizada. Es decir, que vende agua de mar en polvo. ¡Enhorabuena! ¡Acaba de inventar la sal de mesa!
Mientras charlábamos con este crack de las finanzas pseudocientíficas Xuso ya se había puesto a escalar el puerto de Almedíjar, pero desgraciadamente no tardamos mucho en alcanzarle. Preguntaba si faltaba mucha subida… Siempre se puede decir una mentirijilla piadosa y quitar un kilómetro, como cuando una folklórica se quita cinco años, pero es que teníamos seis curvas en herradura por delante, se iba a notar mucho…
Subir ese puerto era increíble. Tenía la pendiente perfecta para poder ir a buena velocidad pero sin necesidad de forzar demasiado los piñones. Tanto es así que cuando llegué a la cima organicé un improvisado picnic hasta que llegaron los demás. Pero tras hacernos fotos y estar un buen rato hablando a lo lejos ya aparecía Xuso, que venía con Vicente. A ratos andando, a ratos pedaleando, con el hígado colgando.
Tras un rato recuperándose llegó el momento de salir, dispuestos a bajar durante un buen rato el puerto de Almedíjar en dirección a Segorbe. Si bajando carreteras en condiciones ya soy malo, aquí era espantoso. Curvas muy cerradas, visibilidad reducida y carril tan estrecho que es difícil cruzarse con un coche.
Al rato entramos en la última sorpresa del día. Nadie se esperaba que a poco de llegar de nuevo a Azuébar tuviésemos la oportunidad de recorrer a toda velocidad una interminable pista estrecha llega de toboganes, pedruscos y derrapes. Se notaba que se había usado en alguna marcha puesto que los árboles tenían cintas anudadas para indicar el camino. Aprovechando los 44 dientes del plato grande adelanté a Vicente y Rafa tomando la delantera, convirtiéndose en un rally de los autos locos, donde Jorge cada vez estaba más cerca pero no pudo llegar a alcanzarme. Sólo lo consiguió cuando salimos de nuevo al asfalto, en los últimos cuatro kilómetros de llegada a la meta.
De nuevo en el pueblo Xuso se largó sin perder un instante. Sin embargo Jorge aún volvió a casa en bici. Quizás fuera por el Oronet. O por el Pico del Águila. O consideraría eso demasiado fácil y subiría el Oronet y al llegar a Serra lo volvería a bajar para subir por Olocau. ¡Quién sabe!
Valoración de la ruta
No voy a negar que esta ruta tiene buenas subidas, largas pero con un desnivel «no molinillo» y bajadas fáciles y muy rápidas… El caldo de cultivo perfecto para hacer una ruta a mi gusto.
Puntuación de la ruta: Cuatro estrellas | |
Dificultad física: Cuatro pedales y medio | |
Dificultad técnica: Un pedrusco | |
Paisajes: Tres carrascas y media | |
Peligrosidad: Un hueso roto |
Hola, esto viendo vuestra página y es un grupo fantástico, me gustaría apuntarme pero no sé como hacerlo. Ya me comentáis. Mi teléfono es el BIIIIIIIP y si no me mandáis un correo. Gracias
Magnífica narración!!! Por cierto, respecto a Mojados 2015, ¿Cómo llamaríais a la primera chica en cruzar la meta?