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Crónicas de las rutas de El Perro Verde BTT. Con fotos, tracks, vídeos, etc.

Marines al 2%

El pasado sábado la manada de El Perro Verde BTT se fue a repetir la ruta que ya hicimos este verano por Marines. Sin embargo yo estaba muriéndome de frío bajando de Teruel a Segorbe por la vía verde. Lo mismo de siempre, pero con diversión y muy buena compañía, que al fin es lo que realmente cuenta. Además, como pez que habitualmente nada a contracorriente, me fui a solas a bajar el antiguo puerto del Ragudo, a ver si era tan fiero el león como lo cuentan. ¡Qué brutalidad!

Sin embargo no tengo ni idea de lo que pudo pasar en Marines. Lo único que sé es que Paco Jorge opina que para rampa del dos por ciento, tu tía la del pueblo. Y Rafa Gómez le da la razón, así que voy a dejar de interpretar las altimetrías. Yo os la dejo, ya os encargáis vosotros de sacar conclusiones.

Por las fotos de la ruta veo que… ¡Ha venido gente nueva! ¿Será por habernos dado a conocer con nuestra ruta en la revista BIKE?

Esperando que vuelvan para poder conocernos y antes de poner el vídeo de Jorge —que cada vez se supera más— os dejo con un reto: en los comentarios, poned una brevísima crónica (dos párrafos, no pido más) comentando someramente los highlights de la mañana. Puede que os sorprenda una habilidad a la hora de escribir que ni siquiera creíais tener.

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Superhéroes de acción por Alzira

El pasado sábado, la manada de El Perro Verde BTT se fue a repetir una ruta que sólo cuatro privilegiados pudimos hacerla este verano. Se trata de un circuito completo y divertidísimo que tiene como salida la bonita capital de la Ribera Alta, Alzira.

Durante el viaje
Durante el viaje

La ruta estaba diseñada para llegar a Alzira en tren. Dada la aversión que tiene el grupo a la hora de usar el transporte público, en un principio esperaba que en la estación me esperase Damián, y si me apuras, Rafa. Me equivoqué completamente. Además de nosotros tres también estaban Jorge, Alicia, Rafa Gómez y Vicente Sanz. Y no sólo ellos, sino que además nos encontramos con un antiguo miembro del grupo, José «el canario». Al ser vigilante de seguridad tiene los sábados ocupados y ya no puede salir con nosotros, pero se ve que es de las personas que marcaron una época el El Perro. ¿Os habéis fijado que solo unos pocos elegidos pueden tener como segundo nombre su lugar de origen? Escipión «el africano», Poli Díaz «el potro de Vallecas» o Manuel Benítez «el cordobés».

Si el tren se va, ya los alcanzaré desde Carcaixent. ¡Mierda! ¡Si la bici está fuera!

Sólido plan de rescate

En el tren llegamos a Alzira en un rato, que además se hizo muy ameno. No obstante la llegada fue accidentada a más no poder. Para empezar, nos preparamos para salir cuando el tren ya estaba prácticamente parado. Esto es —hablando claro— llamar al desastre. Nada más abrir la puerta salgo con la bici, la apoyo en una farola y me giro para ayudar a bajar a los demás. Al salir Damián, que estaba el último, veo que se ha dejado en el suelo el pañuelo de la cabeza y un guante. Sin dudar un momento pegué un salto de esos que sólo te salen en situaciones de riesgo y volví a meterme al tren. Fue un solo segundo, pero en mi cabeza pasó una eternidad. ¿Y si el tren cierra la puerta y me quedo dentro?

¡Joder que mi bici está fuera!
¡¡Y la mochila con el móvil!!
¡¡¡Y el billete para salir de la estación!!!
¡¡¡¡Dios!!!! ¡¡¡¡No dejéis que se cierren las puertas!!!!

Volví a bajar de un salto mientras mi bici fuera se pegaba el tortazo padre. Me sentí como Indiana Jones saliendo en el último momento de una de las trampas del templo maldito, cuando una pesada puerta de piedra cerrándose sólo dejaba un pequeño resquicio para salir. Pero una vez abajo, otra vez asalta la duda… ¡Sólo he encontrado un guante! ¿Y el otro? Pues resulta que el otro sí lo había cogido Damián. Falsa alarma.

Encuentro en la estación
Encuentro en la estación

Tras reunirnos con el resto y salir del aparcamiento de la estación nuestro primer destino son las pequeñas sendas junto a la ermita de San Salvador. Ahí ya se ve claramente el orden de todos estos itinerarios. Mientras los demás esperan junto al fin del tramo, Alicia, Damián y yo llegamos a remolque y como buenamente pudimos. No sé como demonios lo harían para bajar los tres últimos escalones que medirían más de un metro de alto. Era imposible bajar sin rascar los platos con su posterior hostiazo.

Subiendo la cuesta
Subiendo la cuesta

Un pequeño aperitivo de kilómetro y medio por la carretera y nada más salir comienza la subida del día. Al principio la cuesta es muy amena, hasta llegar a las puertas de la murta. Al girar a la izquierda en busca del camino del bar nos saluda una rampa del 9% en la que cualquier prenda de abrigo empieza a sobrar, pero he aprendido de Vicente. A no ser que nieve, granice o hiele, mejor con el culote corto. El calor, unido a la humedad de la mañana hace que las gafas se empañen cosa mala y no se vea nada, pero veo como a Rafa Gómez le sobran fuerzas para levantar las ruedas cuando pasa delante de la cámara de Jorge… ¡Ya le adelantaré!

Almuerzo campestre
Almuerzo campestre

La subida se hace más larga de lo que parece en un primer momento. Es como la típica ruta por asfalto en la que parece que estás delante de la cima, pero al girar la siguiente curva ves como la carretera sigue subiendo el doble de lo que llevas. Pero al fin llegamos a la Font del Barber, punto culmen del día, donde un merendero nos vino de lujo para almorzar. También vimos como otro grupo de BTT que Xuso conocía —que bien podrían llamarse «Flipaos de la Vida MTB»— llegaba al lugar derrapando y haciendo entre ellos una especie de contrareloj al más puro estilo Mario Kart. Supongo que se anotarán los tiempos y el ganador se llevará un jamón en la cena de navidad, porque si no, no me lo explico.

Normalmente siempre vamos cargados con bocadillos, sandwiches y cervezas, pero esta vez incluso hemos podido comer bombones de licor. De todos los bombones que se venden, éstos eran los únicos que no se anuncian en la tele con una canción empalagosa y cursi, por lo que se agradece un montón.

Reparando un pinchazo
Reparando un pinchazo

Un pinchazo de Vicente nos hizo retrasarnos un poco antes de afrontar el siguiente obstáculo: la madre de todas las bajadas. Desgraciadamente el momento no está en el vídeo, pero es para admirar. Una bajada de más del 10% donde más de uno se llevó un susto importante. Estuve a punto de ahostiarme y sólo iba picado conmigo mismo. No puedo imaginarme lo que hubiera pasado si hubiese ido picándome con nadie. Y ya ver a Rafa derrapando al límite no debe tener precio.

Se acaba la diversión y volvemos temporalmente al asfalto, hasta llegar a una trinchera del antiguo ferrocarril Gandia-Alcoy que nos llevará hasta la Barraca d’Aigües Vives. Una paradita en la fuente nos viene bien para afrontar la segunda parte de la ruta, que aunque en teoría son todo sendas, una equivocación nos hace meternos a subir cuestas campo a través con la bici al hombro. Siempre está la típica gente que dice «Yo en el gimnasio no hago piernas porque el sábado juego un partido de fútbol con los colegas». No sé si subir una ladera con 18 kilos al hombro se podrían convalidar por una serie de sentadillas.

Esperando al resto
Esperando al resto

Pero finalmente llegan sendas de quitarse el sombrero casco. Llenas de piedras que con una rueda de 29 se pueden pasar a toda velocidad, para acabar en una senda estrechísima en la que hay que llevar cuidado para no dejarse la cabeza en alguna rama. Tras este último momento de adrenalina a tope —especialmente si vas a una velocidad poco recomendable— sólo quedaba volver a Alzira.

Cuando llegamos a la estación faltaban seis minutos para que llegase el tren, pero aún faltaba gente. En el último segundo, pasando los tornos cuando el tren ya estaba frenando en el andén conseguimos subirnos. A Vicente le trajo una furgoneta, casi me dejo el móvil encima de la máquina de los billetes… Por poco nos dejamos a Kevin solo en casa, pero esa sensación de «por poco» ya no nos la quitan.

Una cerveza en Valencia con Damián y Rafa Gómez fue la manera perfecta de despedir un día genial. Rutón repetible y reivindicable.

El Áfrika Korps
El Áfrika Korps
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La revuelta al embalse de Benagéber

El pasado martes un pequeño reducto de El Perro Verde BTT formado por Rafa Folgado, Alicia, Juan Lozano y un servidor se fue a cumplir un reto bastante exigente. Algo más duro que una simple salida habitual del grupo. Darle la vuelta al embalse de Benagéber, recorriendo 75 kilómetros con un desnivel acumulado de más de 2000 metros. Que no engañe la costumbre: pese a estar todo el rato al lado de un río, se suben unas cuestas de impresión.

En el puente sobre el Turia
En el puente sobre el Turia

Una salida así es difícilmente abarcable si hubiésemos ido todo el grupo. Completamos la ruta con poco más de una hora de sol por delante y eso que el único contratiempo destacable fue la salida de cadena de Rafa. Con quince personas puedo llegar a imaginar roturas de cadena, pinchazos y diferencias de una hora entre el primero y el último en llegar. Afortunadamente todo salió a pedir de boca.

Nos pusimos en marcha nada más llegar a Tuéjar. Con la desagradable sensación de notar tu respiración congelarse en la braga del cuello salimos por la carretera del pantano, para tomar una pista forestal a los tres kilómetros. Subida contínua pero asequible, pero las cosas empezaron pronto a torcerse…

Pisteando
Pisteando

Ya nos avisó Juan: la primera cuesta era la única con el firme roto y con una pendiente que quitaba el hipo. Juan y Rafa salían escopetados mientras Alicia y yo nos quedamos muy, muy atrás. Eso desmoraliza a cualquiera. Hacía mucho frío, pero ya estábamos sudando como un gorrino y para colmo —esto ya es marca de la casa— había dormido unas tres horas.

Por fin llegamos a un pequeño replano. Estaba convencido de que la rueda delantera me frenaba porque no podía ser que me sintiera tan cansado. Al ajustar el freno la experiencia mejoró, pero no mucho, la verdad. Sólo habíamos hecho 15 kilómetros y en mi cabeza no dejaba de resonar la frase «una retirada a tiempo es una victoria». Si hubiese dado media vuelta serían 30 kilómetros, me metía a un bar, me bebía una taza de chocolate y me echaba una ligera cabezadita de cuatro o cinco horas hasta que volviesen los demás. Pero como dicen en los concursos de la tele, hemos venido a jugar.

Almorzando en la chopera
Almorzando en la chopera

La increíble bajada que tomamos a continuación, unido al frío tan tremendo hizo que se me congelase la cara. No podía gesticular, ni mucho menos articular palabra. Lo único que conseguía era mover la boca con movimientos dignos de una sala de rehabilitación, con el añadido de que se me caía la baba como a un tonto de ídem.

—Juan, ¿cuántas subidas quedan?
—Diez u once, depende de como las cuentes.
—Joder, no sé para qué cojones pregunto.

La ignorancia es la madre del optimismo

Al menos el almuerzo ya estaba al caer, en una preciosa chopera en la ribera del Turia. No veas la ilusión que hace saber que la cerveza que llevas en la mochila puede que esté a la misma temperatura a la que ha salido de la nevera. ¡Ojala pudiéramos haber dicho esto en Chiva!

Nos quedaban 55 kilómetros por delante. Más de lo que solemos hacer habitualmente los sábados. Las horas siguientes pasaron un poco como en la película de «atrapado en el tiempo». Los pasos son los siguientes:

  1. Estamos en en comienzo de una subida. Juan, gracias a su curradísima gráfica de altimetrías, nos dice: «La próxima es de un kilómetro y medio, al nueve por cien».
  2. Miro en el GPS que estamos en el kilómetro 41, por lo tanto la cima estará en el 42,5. Pongo el plato pequeño y el piñón grande. Hoy no estamos para tonterías.
  3. Comenzamos a subir. En un minuto perdemos de vista a Juan. Cada 200 metros doy el aviso de lo que queda para la cima. A los 400 metros Rafa se escapa. A los 600 Alicia me deja tambien atrás.
  4. Me quedo subiendo a solas, hipnotizado al ver el GPS cambiando los numeritos. Es la única manera de no pensar en la frase que rondará todo el día: «Con lo agusto que estaría durmiendo».
  5. Al llegar a la cima se hacen las fotos de rigor y se baja. Lo que has tardado una eternidad en subir se tarda un instante en bajar.
  6. Regresar al primer punto. Repetir doce veces.
La fuente de las abejas
La fuente de las abejas

Pero a veces pasan cosas que interrumpen la rutina, como el reto de llenar un bidón de agua en una fuente plagada de abejas. El secreto es el sigilo, los movimientos lentos y no cabrearlas, así que más vale no hablarles de fútbol, religión, política, ni sobre todo, de sacar el tema de comprarse bicis de dos mil euros para hacer vías verdes y carriles bici.

Al estar el embalse tan vacío las distancias eran engañosas. Parecía que quedaba mucho para llegar a la presa, pero en realidad no estábamos tan lejos. Al cruzar el minúsculo poblado del pantano, una exagerada subida hizo que Rafa necesitara poner el piñón más grande. Lo debió engranar con tanta ansia que la cadena se salió y quedó atrapada entre los radios y el cassette, y eso son palabras mayores. Sin una llave para quitar los piñones, lo único que queda es estirar, hacer palanca con un destornillador y rogar al cielo de no destrozar del todo la cadena en el intento.

Problemas mecánicos
Problemas mecánicos

Aquí me sentí como el portavoz del grupo mixto. Yo hablaba, pero nadie me hacía ni caso. «Tronchad la cadena que vais a romper el cambio», «el cambio se está doblando demasiado», «no vais a poder quitar la rueda si no tronchais antes la cadena…» Pues evidentemente, la cadena se tronchó tras medio quitar la rueda y estar a punto de joder el cambio. Pero pese a los cincuenta o sesenta «me cago en todo» de Rafa, conseguimos salir airosos de la situación. Motivos para cagarse en todo hubiera habido si Rafa estuviese solo, pero si vamos los cuatro juntos y encima al lado de un pueblo no hay problema.

Máquinas trabajando
Máquinas trabajando

Tras parar a comer emprendimos la bajada al pantano y luego la suave pero inacabable subida por asfalto al puerto de Mataparda. Tras coronar quedaban nueve vertiginosos kilómetros de bajada asfaltada donde poner al límite la capacidad de mi bici-tanque haciendo una media de 40 km/h con mi innata habilidad para trazar las curvas de la forma más torticera y peligrosa posible.

Para celebrar que habíamos conseguido llegar al pueblo enteros, nada mejor que tomar un café bien caliente. Aún quedaba un buen rato de coche, pero ya teníamos en el cuerpo la satisfacción de haber superado un magnífico reto.

Recuperándonos tras la ruta
Recuperándonos tras la ruta
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