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Crónicas de las rutas de El Perro Verde BTT. Con fotos, tracks, vídeos, etc.

Terrible ruta por Espadán y liberadora vuelta a Valencia

Lo de este fin de semana ya empezó de forma un tanto desconcertante. Normalmente cuando se planifica una ruta a partir de un track ajeno deja implícito dos decisiones: el punto de salida y el sentido de la ruta. Justo las dos cosas que no han estado claras hasta horas antes de empezar a pedalear. El track en teoría salía de Estivella, pero para permitir que se pudiese venir en tren finalmente hemos salido desde Faura. ¿Adivináis cuánta gente ha venido en tren? Pues eso.

Y luego el sentido de la ruta ha sido todo un show. Yo me curé en salud y puse el track al derecho, del revés, por delante y por detrás… Para que al final hubiera gente que pensara que el track original ya venía mal de fábrica.

Tras llegar a Faura y reunirnos, el primer paso era adentrarnos en el campo subiendo la senda del Codoval, recorriendo caminos que ya conocíamos de otras ocasiones en las que hemos rodado por aquí. Muchas de las subidas eran bastante duras, pero alguna en concreto se hacían imposibles de recorrer. El track nos mandaba por el lecho de un barranco con piedras afiladas y recovecos imposibles por donde evidentemente no se podía pasar, porque en realidad había que llegar a un sendero justo a la derecha, diez metros por encima y recubierto de maleza… Pero no pasa nada, sucede en las mejores familias.

Esta sutil metáfora indica la leve inflamación de mis testículos a estas alturas de ruta
Esta sutil metáfora indica la leve inflamación de mis testículos a estas alturas de la ruta

Tras algunas sendas y pistas llegamos hasta Estivella, localidad desde la cual sale el track original. Ya había hambre pero para evitar apalancamientos en bares al final paramos en un descampado poco después de atravesar el pueblo, por pura precaución. Todo apuntaba a que la ruta iba a acabar tarde.

Seguimos por una subida continua sobre muy buen terreno. Desgraciadamente ese firme acaba y llega un momento en el que mis dos platos se ponen al límite. Ya sobra toda la ropa —Vicente sí que sabe— y no sé por qué demonios en pleno enero empiezan los ojos a escocerme de la alergia. ¡Bravo! Los últimos metros, al final por pura desidia, andando.

Pero no pasa nada. Eran momentos de extrema felicidad en comparación a lo que vino después, una senda muy estrecha y larga de esas que a cada veinte metros me toca pararme y descabalgar de la bici porque es un jodido suicidio bajar por ahí. Rafa se pega una leche. Andrés una señora hostia… Pues no me apetecía ser el siguiente, para que nos vamos a engañar. Veo que esta ruta se está convirtiendo en una misa, por lo de levantarse y sentarse setenta veces antes de irnos en paz.

Como se puede observar, la ruta provocaba más y más inflamación.
Como se puede observar, la ruta provocaba más y más inflamación.

Pero no acaba ahí, no… Porque después toca subir a una torre de telegrafía óptica en lo alto de una montaña a la que casi tuvimos que escalarla. Todos los que éramos, con la bici de la mano o al hombro subiendo por una estrecha senda hecha a base de pedruscos como si fuésemos una expedición al Himalaya. Era tan épico que daba por hecho que al llegar clavaríamos una bandera como en Iwo Jima.

Tanto rato subiendo a pie, resbalando entre piedra suelta… Será porque las vistas son espectaculares y porque la bajada será digna de recordar. ¡Ja! Verse, se veía lo mismo que antes de subir y la bajada era un puto infierno que ya por pura desidia bajé andando porque ya entre el calor y el hartazgo no me apetecía ni hacer el paripé de estar montando y desmontando de la bici a cada diez segundos. Cuando me volví a encontrar con los demás dije claramente:

Cuando llegue a casa, con mi cuenta, entraré en el wikiloc de Garbici y pondré: «Si creéis en la reencarnación, en vuestra próxima vida naceréis como escarabajos peloteros»

Tras la subida y bajada a la torre del telégrafo, los tenía ya del tamaño de un tanque de gas de la petroquímica de Tarragona. No sabéis lo difícil que es subirse a una bici con dos de éstos colgando.
Tras la subida y bajada a la torre del telégrafo, los tenía ya del tamaño de un tanque de gas de la petroquímica de Tarragona. No sabéis lo difícil que es subirse a una bici con dos de éstos colgando.

Para continuar tocaba volver a subir una cantidad indecente de metros que ya me temía que sería para tirarse por sitios peores aún. Ahí, aprovechando que gracias al GPS no me iba a perder tiré rápidamente y les saqué una ventaja de diez minutos a los demás que aproveché para rodar solo olvidándome de la mierda de ruta que estábamos haciendo. Tengo la habilidad para en las peores situaciones poner la mente en blanco rollo zen y silbar, cantar o recitar poesía si hiciera falta. Me evade de la frustración que provoca ver como siempre soy el último que llega a los sitios mientras todo el mundo me espera. Me gusta cuando en las rutas coincido con Alicia y con Damián, porque más o menos los tres tenemos la misma capacidad técnica a la hora de afrontar las bajadas y asumir riesgos, pero aquí estaba yo solo y a un kilómetro, los demás esperando.

La última de las bajadas que hice, para no perder la costumbre, me tocó hacerla a pie. ¡Como no! Me estoy dando cuenta que con la otra bici pese a subir más cansado y más lento, pocas eran las rampas que se resistían (la gracia de los tres platos). Y las bajadas eran mucho más seguras, más que nada porque ahora la trazada surca sobre los obstáculos, y antes la trazada creaba un surco.

La senda acaba en la carretera que va de Torres-Torres a Les Valls. Ahora en teoría tocaría volver hasta faura pasando por el barranco del Codoval, pero…

Huevos inflamados a tamaño planetario.
Huevos inflamados a tamaño planetario.

Así que aprovechando la carretera y las poquísimas ganas de nada, Vicente y yo nos fuimos echando leches de allí. En cuanto pasó un grupo de ciclistas bajando, allá que me piqué a bajar a más de 40 por hora.

La vuelta a Valencia, una delicia. Tranquilos, veloces, con el corazón trabajando como debe de trabajar y ganando con esfuerzo y sin pausa cada kilómetro que nos faltaba hasta casa. Sin duda, lo mejor de la mañana. Lo único que se merecería el título de la crónica.

Al llegar a casa no pude más que comentar la ruta por Whatsapp:

Alberto

Sin ironías ni dobles lecturas: como me alegro de que Damián no haya podido venir hoy. Nuestra mala leche se hubiera «retroalimentado» y hubiera salido aún más hasta los huevos de lo que he salido hoy. Y eso que he intentado ponerme «rollo zen» y que me importase todo un carajo.

16:10

Alberto

Así, en caliente: la peor ruta de El Perro Verde BTT.
Jamás.

16:11

Alberto

Y eso que siempre intento encontrarle aspectos positivos a las rutas. Incluso cuando todo se tuerce y acabamos perdidos a las cuatro de la tarde. Pero cuando lo único que destacaría es la vuelta a Valencia con Vicente…

16:15

Alberto

Lo dicho: una 💩 x 1.000

16:17

Es la primera ruta que he abandonado. Por hartazgo e inflamación aguda de testículos. Y lo dice uno que aguantó en el cine una peli de Garci sin reclamar daños y perjuicios.

Hala. Ya me he desahogado.

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Espadán: la ruta total

Llegando al pueblo
Llegando al pueblo

Érase una vez que siete de los integrantes de El Perro Verde BTT se fueron a dar una vuelta por la sierra de Espadán. Una ruta dura, larga, con subidas interminables y bajadas muy veloces, tanto por pistas, por sendas e incluso por asfalto. Una ruta con la garantía de Juan Moya, y evidentemente no defraudó.

El día comenzó de una bonita manera: perdidos por la autovía, pasándonos de salida y Damián subiéndose por las paredes —metafóricamente hablando—. Tampoco era para tanto, si total, íbamos bien de tiempo. Además vamos a ser pocos y bien entrenados, no parece la típica ruta que acabaremos a las cuatro de la tarde. ¡Calma, por favor! Que es sábado. Salir con la bici sirve entre otras cosas, para tener una mañana alegre y distendida. Si se convierte en el mismo ajetreo que durante la semana, para eso nos quedamos haciendo horas extras. Así al menos vas adelantando faena.

Arreglando el freno de Damián
Arreglando el freno de Damián

Mientras ascendíamos con el coche las primeras cuestas desde el valle del Palancia hasta llegar a Azuébar el termómetro ya nos avisaba que la primera toma de contacto con la bici iba a ser terrible. Con temperaturas de cuatro o cinco grados Vicente se nos presentó de corto con manguitos. Hasta los guantes eran de verano. Ya sabemos que es un hombre que podría ir a la nieve con bermudas y playeras, pero no me hago a la idea de verlo así en pleno diciembre. Cuando abrimos la puerta del coche al encontramos con Juan, Rafa y Xuso la sensación fue de haber bajado en el planeta helado de Hoth. Había que salir cuanto antes, a riesgo de perecer bajo una capa de escarcha como Jack Nicholson al final de El Resplandor, pero como siempre, los fallos mecánicos llegan sin avisar y el freno delantero de la bici de Damián iba tan frenado que bajando una rampa la bici podría ir hacia atrás. Durante un buen rato perdimos de vista a Rafa y Vicente. Igual se estaban tomando un café con leche o algo en el bar de la calle…

Subiendo sendas
Subiendo sendas

La única manera realista de entrar en calor era pedalear… ¡Y cuesta arriba! Así que salimos por fin del pueblo y tras unos metros de asfalto nos metimos de lleno a una pista que no hacia presagiar ningún momento de bajada. Era tan temprano que ni siquiera habían llegado los cazadores. Que por cierto, aunque la sierra de Espadán sea parque natural no es legalmente ningún impedimento para que campen a su antojo. Pasar la mañana oyendo escopetazos no es muy agradable. Más aún para un ciclista, que como todo el mundo sabe tienen forma de liebre. Eso sí, tienen unos perros preciosos, siempre que sirvan para cazar.

En mitad de la subida de repente Damián desaparece. Cansado de esperar, intento decirle a Juan que se esperen por delante… Y como no, justo cuando hacen falta, los walkis dejan de funcionar. No tienen alcance y además hace un ruido más desagradable que la Duquesa de Alba cantando una balada Heavy. Al final me toca dar la vuelta y era simplemente que se había salido la cadena. ¡Falsa alarma!

Bajando el puerto
Bajando el puerto

En el punto más alto de esta primera subida salimos a la carretera que une Chovar con Eslida, donde nos espera una bajada trepidante por asfalto. No estamos hablando precisamente de la N-340. En todo el rato no pasó absolutamente nadie. Ahí se pudo ver quien tiene años de carretera a sus espaldas y quien no. En las curvas con visibilidad no tengo reparo ninguno en abrir tanto la trazada hasta casi tocar el arcén izquierdo, práctica que puntúa mucho a la hora de opositar al cajón de pino. Y lo que es peor, Jorge me adelanta. Claro, se me hace difícil no tirar detrás de él, pero yo bajando soy pésimo. Voy a toda velocidad siguiéndole, pero antes de meterme en una curva me arrepiento en el último segundo y pego un frenazo. Si alguien va detrás siguiéndome de cerca muy gustosamente se acordará de mí y de todos mis ancestros hasta el cuarto grado de consanguinidad.

Damián me da un consejo; ve «a lo Marc Márquez» sacando la rodilla del lado que giras e inclínate. La parte teórica está clara, pero a la hora de la verdad me da pánico que la rueda patine. Claro, como todo el mundo sabe es facilísimo que una rueda de 2,25″ con tacos que parecen dados de parchís patinen sobre asfalto seco, pero son miedos irracionales que sólo se pueden superar con práctica. He tardado casi un año en aprender a bajar senditas fáciles, así que para esto puede pasar un año más. No obstante con la bici de carretera voy bastante mejor. Supongo que el hecho de ir sólo y más «a la aventura» me hace ir de modo mucho más responsable.

Almuerzo en ruta
Almuerzo en ruta

Tras estos kilómetros de diversión comenzamos la subida al collado Nariz con la buena noticia de que la rueda delantera de Damián no decidiese divorciarse del resto de la bici, dado que llevaba abierto el cierre rápido durante toda la bajada. ¿Desde cuando? No lo sé. La subida, para mí, fue la más sacrificada del día. Ya tenía un hambre tal que mi estómago se estaba autodigiriéndose a sí mismo pero no había plan de parar hasta la cima. ¡Y eso que había dormido casi cinco horas! Acostumbrado a ir con tres horas de sueño, eso es ir despejadísimo. La cuesta, de poco más de dos kilómetros se hizo larga. Me recordó a muchos tramos del día de Benagéber: al principio quería ir con el plato mediano. En cien metros, una mano invisible llamada «amago de infarto» pulsó la maneta para bajar al plato pequeño. Y a los doscientos ya iba con el molinillo de café puesto. Sin embargo quien peor lo pasó subiendo fue Xuso, que empezó a quedarse atrás.

Almuerzo en ruta
Almuerzo en ruta

Por fin llegamos a la cima con un hambre atroz. Comimos en plena efervescencia, comentando lo que puede suponer el hecho de convertirse en un club deportivo. La posibilidad de organizar marchas o competir como club en ellas. ¿Por dónde la trazaríamos? ¿La meteríamos por rampas imposibles o mejor aún, hacerles cruzar un río con el agua hasta más allá del pedalier? Mojados 2015,suena bien… Mientras tanto Jorge se ha aficionado a grabar los almuerzos con la cámara, así que hay que ir con mucho cuidado con lo que se dice, que luego todo acaba saliendo a la luz.

Estuvo muy bien pensado almorzar en lo más alto ya que la bajada a Eslida fue tan rápida que necesitamos calorías extra para mantener la temperatura corporal. No sólo era una bajada empinadísima, sino que la bici pegaba unos botes que unido al peralte exagerado del camino y las curvas de casi 180 grados con vistas a un precipicio lo hacía digno de una peli de terror. Pero como dijo aquél, no hay mal que por bien no venga y esa cuesta me regaló un pasamontañas perdido por algún ciclista despistado. Espero que no tenga ninguna maldición gitana porque es calentito y comodísimo.

En el bar haciendo el café
En el bar haciendo el café

Eslida es un pueblo que necesita un curso de márketing acelerado ya que se publicita como «fiel a sus aguas, corcho y miel», lo cual me parece absolutamente insulso. Es como si un anuncio turístico de Polonia fuera «Polonia: Minas de sal, gris arquitectura soviética y campos de exterminio». No deja de ser verdad, pero que tu mayor atracción turística sea conocida como la solución final de Hitler y encima sea extranjera… Volviendo al tema, un mejor eslógan podría ser «Eslida: tierra de quemaditos». Paramos en un bar lleno de ciclistas en el que nos sirvieron enseguida. Y menos mal, porque no estábamos para perder tiempo. Buen servicio, a cubierto, rapidez, prensa seria… Todo lo contrario al Richi de la semana anterior. Además compramos un décimo de lotería entre todos los que hicimos la ruta para mantener viva esa bonita tradición. Por supuesto, siguiendo esas tradiciones, tampoco nos tocará ni un duro.

Xuso esforzándose
Xuso esforzándose

Nuestra próxima parada es Aín, pero por enmedio se encuentra la vereda del Barranco de L’Oret, y que no os confunda el nombre, de barranco tiene poco, no es un paseo por el Carraixet. Es una montaña en toda regla. El agotamiento de Xuso ya era muy patente y cada vez había que esperarlo más, pero no se quería dar por vencido. ¡Y menos mal, porque a saber qué íbamos a hacer en mitad de la nada! Justo al empezar a bajar la rueda de Jorge reventó. Mientras el resto del grupo estaba de espectador del improvisado taller mecánico, Damián, Xuso y yo fuimos adelantando faena viendo que las fuerzas de Xuso no parecían ir a mejor ni con barritas de cereales, ni con jarabes. De una ruta con 1500 metros de desnivel sólo te recuperas con milagros.

Y fue en Aín, buscando una fuente, donde encontramos a lo que vengo en denominar «el colgado de la mañana». Un hombre del pueblo que asegura estar haciendo un buen negocio vendiendo agua de mar para deportistas. ¡Cualquiera le decía que bebiendo agua de mar en realidad te deshidratas! Luego me dijo que en verdad lo que se hacía era mezclar agua mineral con su agua de mar. ¡Perfecto! Compras agua para dietas bajas en sodio y le añades salmuera. ¿Por qué no? Y por último, ya, creo que llegó a decir que también vendía su agua de mar liofilizada. Es decir, que vende agua de mar en polvo. ¡Enhorabuena! ¡Acaba de inventar la sal de mesa!

Mientras charlábamos con este crack de las finanzas pseudocientíficas Xuso ya se había puesto a escalar el puerto de Almedíjar, pero desgraciadamente no tardamos mucho en alcanzarle. Preguntaba si faltaba mucha subida… Siempre se puede decir una mentirijilla piadosa y quitar un kilómetro, como cuando una folklórica se quita cinco años, pero es que teníamos seis curvas en herradura por delante, se iba a notar mucho…

Subiendo Almedíjar
Subiendo Almedíjar

Subir ese puerto era increíble. Tenía la pendiente perfecta para poder ir a buena velocidad pero sin necesidad de forzar demasiado los piñones. Tanto es así que cuando llegué a la cima organicé un improvisado picnic hasta que llegaron los demás. Pero tras hacernos fotos y estar un buen rato hablando a lo lejos ya aparecía Xuso, que venía con Vicente. A ratos andando, a ratos pedaleando, con el hígado colgando.

Tras un rato recuperándose llegó el momento de salir, dispuestos a bajar durante un buen rato el puerto de Almedíjar en dirección a Segorbe. Si bajando carreteras en condiciones ya soy malo, aquí era espantoso. Curvas muy cerradas, visibilidad reducida y carril tan estrecho que es difícil cruzarse con un coche.

Llegando a la meta
Llegando a la meta

Al rato entramos en la última sorpresa del día. Nadie se esperaba que a poco de llegar de nuevo a Azuébar tuviésemos la oportunidad de recorrer a toda velocidad una interminable pista estrecha llega de toboganes, pedruscos y derrapes. Se notaba que se había usado en alguna marcha puesto que los árboles tenían cintas anudadas para indicar el camino. Aprovechando los 44 dientes del plato grande adelanté a Vicente y Rafa tomando la delantera, convirtiéndose en un rally de los autos locos, donde Jorge cada vez estaba más cerca pero no pudo llegar a alcanzarme. Sólo lo consiguió cuando salimos de nuevo al asfalto, en los últimos cuatro kilómetros de llegada a la meta.

Dispuestos a irnos
Dispuestos a irnos

De nuevo en el pueblo Xuso se largó sin perder un instante. Sin embargo Jorge aún volvió a casa en bici. Quizás fuera por el Oronet. O por el Pico del Águila. O consideraría eso demasiado fácil y subiría el Oronet y al llegar a Serra lo volvería a bajar para subir por Olocau. ¡Quién sabe!

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Parque fluvial feat. Pesadilla en la cocina

El pasado lunes, aprovechando que era fiesta decidimos despedirnos del puente con un paseíto rápido, de esos que haces porque tampoco tienes ningún sitio mejor donde ir, así que cogimos la bici y nos fuimos a recorrer el río, hacer un par de senditas por la Vallesa e ir a almorzar a Ribarroja.

El día fue más o menos como ir al ambulatorio: pasarte esperando la mayor parte de la mañana y cuando vuelves a casa va y dices «¡Pero si no me han hecho ná!». Porque en eso ha consistido la mañana, en esperar y esperar.

Yo si veo que se hace tarde me salgo a almorzar

Paco Jorge: lo primero es lo primero

La primera en la frente, un pinchazo de Damián que nos tuvo parados más de diez minutos. No pasa nada, sucede en las mejores familias y hay cubiertas que son muy cabronas de quitar. Pero el estómago de Paco Jorge ya estaba empezando a despertarse. Habíamos liberado a la bestia y ni siquiera estábamos dentro de la Vallesa, que como puede apreciarse en el track, fue un puro trámite. Un par de sendas y listo. Deberíamos haber salido antes de Valencia.

Lo verdaderamente demencial viene cuando buscando un sitio para almorzar decidimos entrar al Richi, un local que tampoco es que sea un local… Lo que viene siendo una especie de casa de pueblo con terraza en el que hay una pequeña barbacoa donde hacen bocadillos.

El bocadillo de Rafa es el único que veremos
El bocadillo de Rafa es el único que veremos

Si observáis detenidamente el track veréis que tardamos una hora y media desde que entramos hasta que salimos. «Os cebaríais cosa mala, ¿no?» estaréis pensando… ¡Todo lo contrario! Todo lo que vivimos allí fue una oda al descontrol más absoluto y a la peor forma de tratar a un cliente, adrezado con las bromas de Paco Jorge en modo ametralladora.

Nos traen los cacaos cuando nos habíamos acabado los bocadillos: El placer por el detalle

Para empezar desde que llegamos hasta que alguien tuvo la decencia de comprobar que existíamos pasó más de un cuarto de hora. Menos mal que estamos en diciembre y no llegó nadie deshidratado. Pero no os entusiasméis, que vinieron para dejarnos los papeles con los bocadillos. Aún era demasiado pronto para tomarnos nota. Eso sería más tarde.

Cuando por fin nos tomaron nota, otra media hora para esperar. Él único que ya había almorzado era Rafa, que traía su propio bocadillo. Los demás, nunca mejor dicho, ni agua. La situación habia pasado ya hace rato de castaño oscuro. Javi y yo decidimos acercarnos a «la cocina» porque para coger dos botellas de cerveza y unos vasos no hace falta preparar nada. Si no han traído ni la bebida es por ineptitud o olvido. Teniendo en cuenta que no seríamos ni veinte personas en el local —contándonos a nosotros— me inclino más por lo primero.

Socorrida foto de las bicicletas apoyadas
Socorrida foto de las bicicletas apoyadas

«En seguida os lo llevamos, en serio» Difícil de creer, especialmente cuando la espera viene aderezada con pequeñas apariciones del dueño del local diciendo que se habían acabado las patatas, el pimiento… ¡O las olivas! ¿¡Cómo demonios se pueden acabar las aceitunas en un bar!? ¿Acaso no sabían que los días festivos la gente, a veces, tiene la loca idea de coger un rato la bici por el río? Al menos se apiadaron de nosotros y trajeron la bebida. Para cuando trajeron los bocadillos Rafa ya se tenía que ir, Damián empezaba a estar bastante mosca con la situación, y yo, que todo me lo tomo a risa, ayudado por Paco Jorge casi me estaba revolcando por el suelo a carcajada limpia. Por ejemplo, viene un hombre a rodar con nosotros por primera vez. Pesa unos 120 kilos. No lo decimos nosotros, lo dice él. Le pica una abeja y Paco le dice: «No me extraña, contigo anda que no hay sitio para picar».

En el Richi
En el Richi

Por fin llegaron los bocadillos. Mucho más pequeños que en el nunca lo suficientemente recordado Askuas 1.0 (el Askuas 2.0 que hay ahora, con dueños nuevos no es ni la sombra de lo que fue). Normal que nos quedásemos con hambre. Algunos locos de la vida decidieron pedir otro bocadillo, porque el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. De hecho, en ocasiones más que tropezar parece que intente partirlas a cabezazos.

Me apuesto lo que sea a que no les queda ni fiambre

Damián vislumbrando el futuro

Hicimos amago de pedir cafés, pero al final ni cafés ni nada. Como era fácil de adivinar, tampoco les quedaba ni pan. Su despensa tendría que estar más vacía que el cerebro de un tronista. Nuestra paciencia tenía un límite, así que nos largamos tras alguna que otra disculpa más difícil de creer que un político en precampaña. Bendita publicidad que le vamos a hacer al negocio.

Como se nos había hecho más que tarde, tardísimo, a la vuelta había que darle un poco de marcha al tema. Sé perfectamente que si yo salgo lanzado, Javi me va a seguir. Y si hay dos personas que se pican entre ellas, tan seguro como que mañana saldrá el sol que Vicente también tirará. Y raro será que Rafa se quede atrás. Así que metí el plato grande y emprendí la marcha a la velocidad máxima en la que sé que no tiraré el hígado a los tres minutos, entre 31 y 33 km/h. No me equivoqué.

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