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Crónicas de las rutas de El Perro Verde BTT. Con fotos, tracks, vídeos, etc.

Las salinas de Manuel entre aguijones y espinas

Saliendo
Saliendo
Hace unas semanas nos fuimos a la localidad de Manuel para hacer, guiados por Xuso, una ruta por el paraje conocido como las salinas. En un principio la ruta era corta y el desnivel, nada del otro mundo. Creíamos que acabaríamos pronto. Que todo saldría rodado —nunca mejor dicho, yendo en bici— y que no muy tarde habríamos acabado. Nos equivocamos.
Estación
Estación
Vicente, Damián y yo llegamos en tren al pueblo mientras los demás ya nos estaban esperando. Las diez paradas hasta llegar se hacen bastante largas, así que cuando llegamos al menos yo tenía ganas de desayunar de nuevo, pero no podíamos esperar. Tras un pequeño paseo por la carretera hasta llegar al pueblo, salimos directos a la aventura. En un principio todo llamaba al optimismo. Sendas fáciles, pistas… Cuando de repente nos encontramos con subidas prácticamente imposibles de escalar montados. Cuando ya estaba mejorando la situación, de repente pinché. Basta que pases meses sin tener averías para que de repente en un mes pinches cinco veces. ¡No pasa nada!
Font Amarga
Font Amarga
A la fuente amarga llegamos ya bastante cansados debido a que nos equivocamos de camino y tuvimos que deshacer un buen rato de camino. Por supuesto, cuesta arriba. Y en vez de beber del agua de la mochila, que ya empezaba a estar caliente, decidí probar de la fuente que salía algo más fresquita. Desgraciadamente el nombre le venía al pelo y aquel líquido cumplía los requisitos de incoloro e inodoro, pero no de insípido. Era como beber el líquido para evitar que los niños se muerdan las uñas. Ya se acercaba cada vez más la hora de almorzar y nos encontraríamos con Jorge y Andrés, que habían salido antes. Tras tomarnos el refrigerio mientras nos hacíamos fotos luciendo las nuevas equipaciones la ruta nos mostró, definitivamente, su cara más agresiva.
Almuerzo
Almuerzo
Nada más salir percibimos un zumbido entre la vegetación. No, no podíamos decir que «quizás sea la corriente que está volviendo» como en Parque Jurásico. Eran abejas. Montones de abejas. Venían de las colmenas que estaban a escasos metros junto al camino. Una picadura de abeja es dolorosa, pero si encima eres alérgico el asunto toma un cariz preocupante. Y ahí estaba Suso para demostrarlo. Los cascos con redes antiinsectos son algo más caros, pero muy recomendables. Quizás José Vicente llevase Urbason en el botiquín, pero sin él, hasta llevar unas tiritas es algo inusual.
Sendas
Sendas
Siguen las rampas. Pero rampas de las que cuestan subir con la bici. Me explicaré mejor. Cuesta subirla con la bici a cuestas. Tuve la suerte de tener detrás a Jorge que me ayudó a subir una de ellas en la que a punto estuve de caer rodando. ¿Y qué decir de un paso subterráneo bajo la autopista completamente inundado? Al menos el día era muy propicio para mojarse. Pero lo que más me fastidió de todo fue la vegetación que cubría las sendas hasta el punto de hacerlas demasiado estrechas. Además no eran precisamente margaritas o nenúfares, sino zarzas con unas espinas que se encargaron de estrenar las mangas del maillot nuevo.
Desde la ermita
Desde la ermita
Pero afortunadamente todo eso se acabó, dando paso a las subidas a las antenas de la Cruz de la Fe Viva —me fascina ese nombre— y a la ermita de Santa Ana. Desde allí, todos pudimos contemplar unas tremendas vistas de toda la comarca. Excepto Vicente, que se quedó abajo recuperándose del tremendo esfuerzo que hizo subiendo hasta arriba por un camino increíblemente empinado, donde el molinillo se quedaba muy corto para subir. Tras la bajada de la ermita Andrés pinchó su rueda trasera y al esperarnos para inflarla y salir del paso nos separamos un poco. De este modo nos perdimos la última que nos tenía preparada la ruta. Suso se cayó en un hoyo que había en una senda. Golpe y radios doblados incluídos.
Fin de ruta
Fin de ruta
Y para acabar la jornada, como si de una peli de acción se tratase, tuvimos que atravesar un camino de propiedad privada para llegar de nuevo al pueblo. Pues justo ahí la rueda de Andrés volvió a desinflarse. El guardia hizo amago de presencia y no le iba a temblar la mano a la hora de soltar a los perros… Pero llegamos bien. Y pudimos tomarnos unas cervezas antes de volver de nuevo a la estación. ¡Qué menos ante una ruta que tanto nos puso a prueba!
Desde la ermita
Desde la ermita
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Agotadora ruta por Llíria y Pedralba

Llegando en el metro
Llegando en el metro
El pasado fin de semana, en mitad del puente, decidimos hacer una ruta cerca de Valencia, a la que se pudiera ir en metro. Se lo propusimos a Juan Moya y nos trazó una saliendo de Llíria, pero que consistía en más de 55 kilómetros. Con el calor tan tremendo que empieza a hacer no nos quedó otra que quedar antes de la hora habitual, así que a las 7:20 ya estábamos allí tras un viajecito de 50 minutos en el tren. Pese a ser un fin de semana con escasas expectativas de asistencia, acudieron compañeros que hace mucho tiempo que no vienen, como José Antonio, Luis o Christian. Y también volvió Raúl, al que ya conocimos en la ruta de Gátova.
Arreglando los frenos
Arreglando los frenos
Nada más salir, problemas con la bici de Suso. Le rozaban los discos de freno de una forma tan exagerada que dolía la cabeza al ponerse a su lado. Parecía una sinfonía de gatos raspando sus uñas en una pizarra. Sus comentarios de que va a coger la bici y la va a lanzar desde la ventana esperemos que sean mentira. Si no, me voy con la tienda de campaña a acampar en el parque de enfrente de su casa y nada más caiga, a por ella. Para entrar en calor —que en mayo desgraciadamente ya no hace falta— subimos a las ruinas de la Ermita de Santa Bárbara. Desde allí, bajando por una escalera que sorprendentemente se podía bajar perfectamente montado, comienza lo que es realmente la ruta.
Ermita de Santa Bárbara
Ermita de Santa Bárbara
Las sendas son variadas y las hay de varias dificultades. Las habían que no entrañaban dificultad alguna, las que superaban con problemas puntuales, las que hacía apoyando el pie como si fuera en un patinete y por último, las que me tocó hacer andando. Eso siendo yo. El resto del grupo sólo distinguió dos tipos de senda: las sendas muy fáciles y las «¿Ah? ¿Ésto era una senda? No lo había notado». Yo tenía el día perro, y no verde precisamente. Estaba retrasando mucho al grupo. Si me pongo detrás, mal, porque todo el mundo me tiene que esperar. Si me pongo delante, peor, porque además de tener que esperarme, me tienen que adelantar. Así que aprovechando el parón provocado por un fallo mecánico en la bici de Raúl tiré yo solo hacia adelante. Si llego a saber que iba a abandonar la ruta me hubiese despedido. Y como no, nuestro amigo amigo Murphy llegó entrando por la puerta grande. Salgo adelantando porque estoy retrasando mucho a la gente por las sendas y me paso diez kilómetros sin ver ninguna. Cuando llegué a la senda de la Cañada de Felipa casi que me apetecía. Y encima era asequible.
Que digo yo que si se han parado a almorzar al menos me enviarán un mensaje
—Alberto, confía en Dios y corre.
Estaba muy cerca de Pedralba pero el resto no daba señales de vida. «Que digo yo que si se han parado a almorzar al menos me enviarán un mensaje». Lo pensaba, pero con el hambre que tenía mi lado desconfiado insistía en malmeterme la idea de que lo más probable es que hubiera habido un motín en el grupo, ciscándose en la idea original de almorzar cerca del Túria y parando. Justo en las últimas subidas antes de llegar a Pedralba, cuando ya estaba a una cima de sacar el móvil para llamar a ver dónde estaban, me adelantó Juan Lozano mientras yo estaba subiendo… ¡Andando! Cansado es poco. Al ver que Suso había pinchado me quedé ayudándolo a cambiar la rueda. Era la excusa perfecta para descansar un poco, porque yo de mecánica lo único que sé es que la rueda gira, el cambio cambia y el desviador desvía.
Almorzando
Almorzando
Tras perdernos un rato por Pedralba al fin paramos a almorzar. Y veo que algunos dejan la bici y se sientan… ¡En una pequeña losa de hormigón al lado de una gasolinera! ¡Y el resto que se apañe! ¡No, no y no! ¡Por ahí sí que no! Vale que siempre almorcemos tirados en mitad del bosque. Que ni nos molestemos en buscar una sombra. Que el asiento más cómodo sea una raíz infestada de hormigas. Que ni siquiera paremos en el centro del pueblo sino a las afueras no sea que algún disidente entre a un bar a pedir una bebida fría en un día de poniente. Pero una cosa tenía clara, ese día antes me iba a almorzar por mi cuenta que comer tirado en el suelo, así que Suso y yo salimos para sentarnos en los bancos de la fuente de la Canaleta que hay cerca del puente sobre el Túria. Y mira tú por dónde acabó viniendo el resto. La segunda parte de la ruta empieza cruzando el Túria sobre una estrecha y bonita pasarela metálica que no inspira confianza alguna y con una temperatura asfixiante que con el estómago lleno parece que afecte todavía más. Algunas subidas y bajadas más adelante nos topamos con el desvío marcado en el track como octava senda. Juan nos avisó de que ya la recorrió una vez y aquello era insufrible, así que seguimos por la pista y ya nos encontraríamos con los demás. No sé como sería aquello que la mitad ni volvieron a aparecer.
Y ahora os estais preguntando… ¿Una ruta de Juan Moya sin momento «bici al hombro»?
—Preguntas retóricas.
Y ahora os estais preguntando… ¿Una ruta de Juan Moya sin momento bici al hombro? El día de Vall d’Uixó, la subida a la cima. El día de Mijares, los dos cortafuegos… Pues como dicen cuando televisan la lotería de Navidad, el premio gordo se ha hecho esperar y con más de cuarenta kilómetros a las espaldas nos tocó subir varios bancales que desembocaban en… En la nada. Había una senda, pero bien escondida tras millones de rastrojos. En esos momentos siempre me hago dos preguntas. La primera, qué cojones hago aquí. La segunda, si yo estoy mareado del cansancio y del calor, ¿cómo estarán nuestras jovenes promesas del club, con cincuenta tacos o más?
Poses épicas
Poses épicas
Afortunadamente ya sólo quedaban caminos vecinales hasta llegar a Villamarchante y ahí volvió un poco la cordura y se decidió volver a Llíria por el arcén de la CV-50. Me puse a seguir a Víctor a rueda —como si a trece por hora sirviese de algo— y a las dos menos cuarto ya estábamos tomándonos una cerveza en el bar de la estación. Sigue leyendo la crónica

Onda, buscando los límites de lo ciclable

Font de Montí
Font de Montí
En marzo el grupo de El Perro Verde BTT se desplazó hacia el norte, hasta la ciudad de Onda, para realizar una ruta acompañados por los que serían nuestros guías, Esteban, Borja y Eliseo, de Malalts BTT. Una ruta que sería recordada especialmente por sus momentos acuáticos. Tras encontrarnos en el cementerio de Onda —lo cual ya era una señal— y presentarnos, fuimos esperando a que viniesen llegando los demás. Al final salimos más cerca de las nueve que de las ocho. De todas formas tampoco deberíamos preocuparnos. Según nuestros anfitriones la ruta se acabaría en unas tres horas y media, y además todo eran pistas y sendas muy sencillas.
Into the wild
Into the wild
Los primeros metros fueron de contenida alegría. Subiendo por asfalto y pistas. Bueno, algún que otro tramo de barro debido a las lluvias, pero nada que nos tenga que preocupar… Por ahora. Y es que la primera de las sorpresas era que la primera senda —aunque a mí me parecía una trialera—, larga a decir basta era en realidad el cauce de un pequeño riachuelo y estaba totalmente inundado. Al principio trampeábamos como buenamente pudimos la situación, intentando poner los pies en los márgenes a la hora de parar. Poco futuro tenía. Al final nos tocó ir andando, con el agua hasta los gemelos. Al menos el día era suficientemente caluroso para que no importase mojarse.
Comenzando la mañana
Comenzando la mañana
Tan lento y malo soy bajando que me quedé el último. Recuerdo perfectamente como me adelantaron los anfitriones, me adelantó Damián, Óscar, Andrés… Así que cuando salimos de la senda y no encontrábamos a Andrés me extrañó que se hubiera quedado atrás. Me hubiera dado cuenta, ya que adelantar a alguien en mis condiciones me resultaría tan asombroso que me acordaría. Lo que pasaba es que había tirado adelante. Y siguiendo con los contratiempos, en un escalón considerable Miguel se pegó un traspiés que volcó, bici incluida llevándose un golpe en la pierna considerable y magulladuras por todo el cuerpo. No percibió la altura hasta que ya estaba pasando y quiso parar. En ese momento lo poco que puede hacerse para evitar la caída es llevar el cuerpo hacia atrás y no frenar, pero instintivamente tus manos optan por apretar los frenos como si no hubiese un mañana.
Cerveza al final de ruta
Cerveza al final de ruta
Paisajes
Paisajes
Y como lo de pasar un riachuelo no era suficiente, ahora tocaba cruzar un río que venía cargado con todo el caudal de las últimas lluvias. Pese a cruzar por un paso elevado, el nivel del agua superaba los bujes de las ruedas. Además no se veían los lindes del puente, que parece que ni tan siquiera tenía pretiles. Un despiste, un pequeño traspiés y hubiéramos caído, bici incluida río abajo. ¡Estas cosas se avisan! Tras el abandono de Miguel decidimos parar a almorzar en mitad de un camino, ya que últimamente ni siquiera buscamos la sombra, no sea que nos aburguesemos o algo. El calor aprieta, el bidón de agua parece un sopicaldo y aún queda mucho por delante.
Por Tales
Por Tales
Pasamos por Tales para refrescarnos en su fuente. Desgraciadamente nos despistamos y el grupo se separó. Pese a llevar walkies y móviles no hubo manera de contactar, así que sólo unos pocos conseguimos llegar a la Font de Montí, que rebosaba por todos lados. Era el día perfecto para tirarse de cabeza a chapotear. El último tramo hasta llegar de nuevo al punto de partida era una senda rota y con bastante mala vaina. Pude haberla evitado, pero estaba tan agotado que pronuncié la mítica frase: «Aquí hemos venido a jugar». La consecuencia se puede adivinar. Mientras el resto ya había llegado a Onda, yo estaba a mitad de camino con la bici del brazo, harto y superado por todo.
A punto de salir
A punto de salir
Y al llegar por fin al cementerio nos encontramos con el grupo de desaparecidos… Pero claro, ellos también pensaban que nosotros éramos los desaparecidos. Y como si del mundo al revés se tratase, mientras yo estaba superado por una ruta que me había vencido por completo y de la que gustusamente me hubiese escapado del último tramo, Rafa mostraba un cabreo de no te menees por haberse perdido el último tramo y haber tenido que volver a Onda antes de tiempo a beber cerveza en un bar y comerse a la sombra un bocadillo de los que se recuerdan. ¡A la próxima intercambiamos los papeles! Sigue leyendo la crónica