32,1 km | 818 m |
2:59 | 48 |
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Pues ya está. Otra temporada más que ha acabado en El Perro Verde BTT. Fuimos pocos los elegidos para la ruta y aún así ésta se cebó con la orientación y la paciencia de alguno que otro. ¡Qué ruta más desconsiderada! Una auténtica hija de ruta. Y es que si lo llego a saber (y esto lo digo aquí que no lo va a leer nadie) me voy directamente a la piscina y la paella, que en verdad era el plato fuerte del día. Os pongo en situación…
Tal y como hicimos el año pasado —con mayor éxito de convocatoria, eso sí— debíamos elegir un track que comenzase y finalizase en Náquera para después comer en el bar de la piscina. A un par de días de la salida nuestro compañero Juan Carlos nos ofreció ir a la piscina de su urbanización, con paella, chiringuito y mucha cerveza. ¡Muy buen cambio, por cierto! Pero si bien la post ruta era muy apetecible, la ruta no tanto. Con la calor de estas alturas del año y con un desnivel de más de ochocientos metros en menos de treinta kilómetros no sabíamos muy bien qué podríamos encontrarnos. Igual era una ruta dura pero rápida, o a lo mejor era impracticable, caen tres pinchazos, una cadena rota, un hostiazo, quince reagrupamientos con extravío de miembros, dos lipotimias y la abuela fuma.
Junto a unos cuantos amigos de Juan Carlos comenzamos a rodar hacia la salida: un camino con una pendiente exagerada que se puede ver desde la variante de Náquera. A partir de ahí, una subida no da tregua durante casi nueve kilómetros. Es la supuesta subida suave de la mañana para la cual llevábamos una hora. Si esta era la suave, para la complicada igual tocaba hacerla andando.
A partir de aquí parece que la senda mejora. ¿Te vas a fiar de mí o de tus propios ojos?
La típica pregunta trampa
Cuando el cuerpo ya se acostumbra a subir, se avecina delante de nosotros la primera bajada por la senda de la Boleta. La primera sensación que tuve al ver el percal fue decir: «No me jodas, esto es una broma ¿no?». Pero no era una broma. Quise quedarme el último para ver si alguien convenía junto a mí que lo mejor era irse y dejar a los demás allí con su masoquismo, que cada cual tiene sus parafilias. La senda era tan estrecha que no cabía el manillar. De todos modos tampoco era un gran inconveniente: estaba tan rota que tampoco hubiera podido hacerla con la bici. Lo peor de todo es que en vez de estar invadida por cañas, donde todo lo más que te puede pasar es que seas alérgico y te escuezan los ojos, era un completo zarzal. Hubiera parado a comer moras, pero estarían regadas por la sangre de ciclistas. Haría bromas comentando que era una senda exfoliante pero no estaba para bromas. Los brazos desnudos se me llenaron de laceraciones como si hubiese soñado con Freddy Krueger. Una espina me atravesó totalmente la piel haciéndome un piercing de batalla y ni siquiera usando la rueda delantera de la bici como escudo pude librarme. Por supuesto, todo aderezado con las consabidas expresiones «esto ya acaba», «a partir de aquí parece que mejora» o la mejor de todas, «esto es la gracia del BTT». Yo no voy de defensor del humor inteligente, que me he reído con chistes de Arévalo, pero la gracia en acabar con los brazos y las piernas en carne viva no la encuentro por ningún lado.
Salir de aquel infierno fue progresivo, pasando poco a poco a ser la senda intermitente. Te subes a la bici, pedaleas treinta segundos (que es poco más de lo que tardo en conseguir calarme) y te toca volver a parar por mil motivos. Ramas invadiendo el camino, más zarzas, una piedra del tamaño de un seiscientos y un largo etcétera.
Como por lo visto la ruta era corta, nos acercamos a los pies de la imponente Mola de Segart para hacer tiempo y poder hacernos más fotos. A decir verdad, el siguiente tramo mejoró bastante. Una senda bastante sugerente y con un poquito de dificultad, pero nada que no arregle un frenazo a tiempo, o todo lo más, descalar el pie izquierdo. Y cuando todo parecía paz, amor y felicidad, y había dejando de rondarme la pregunta «¿qué coño estoy haciendo aquí?» unas tres veces por minuto, aparece un terraplén que no podía bajarlo ni siquiera andando. Andando sin la bici, quiero decir, porque la bici tuvo que bajarla un compañero… Y por supuesto, mucho más rato andando.
A mí me encanta salir en bici. En bici. En cambio, odio salir con la bici. Habrá notado el perspicaz lector la sutil diferencia a la que me refiero tras cambiar la preposición. A esas horas de la mañana me sentía tan harto, con tan pocas ganas de seguir haciendo algo que me parecía más un castigo que otra cosa, con tan malas pulgas y para colmo, con la certeza de estar jodiendo la mañana a los demás que sólo tenía una cosa clara: en cuanto pudiera escaparme por una pista, o cruzásemos una carretera yo me volvía a Náquera por la vía rápida. Y el milagro sucedió.
A falta de catorce kilómetros para acabar, tras el consabido «pero si ya sólo quedan pistas» que son básicamente una variante del «a partir de aquí parece que mejora» y encima en la otra punta de la Calderona, nos cruzamos con la carretera que sube a Segart. ¡Cómo estaría el percal que consideré subir los casi cuatrocientos metros hasta el Garbí por la carretera de Segart como una escapatoria! No sólo eso, es que además era seis kilómetros más largo que la ruta, pero aún así acabé antes.
Aburriéndome en Náquera llevaba un buen rato cuando por fin me llamaron. Estaban en el restaurante El Salt, a unos tres kilómetros de Náquera. Aunque intentaron adornar un poquito la realidad, entre lo que me dijeron ellos y lo que me dicen sus GPS he sacado las siguientes conclusiones:
- José Giménez se perdió. Se perdió mucho. Acabó en Estivella. ¡Al final tuvo que traerlo de vuelta en coche su cuñado! Lo cual implicó buscarlo… Sin encontrarlo.
- Si la subida fácil de la mañana la subimos con las coronas más grandes, efectivamente la subida dura la hicieron andando.
- Si pararon en un bar a tres kilómetros de Náquera es que no tenían fuerzas ni para dejarse caer por un camino asfaltado cuesta abajo.
A la que fuimos a pagar nos pidieron doce euros por persona. ¡Si ni siquiera pedimos bocadillos! Ya era la segunda vez en la mañana que creía que algo era una broma. Sé que la gente en Internet sólo comenta experiencias negativas, y que hay mucho nuevo-
Comida de bar de barrio a precio de lujo
La comida tiene un pase pero no por ese precio, desde luego que no fuimos obligados pero no repetiremos ni aunque nos costase la mitad de lo que pagamos por ello. Poca cantidad en los platos y precio muy elevado para la calidad/cantidad que ofrecen.
Al rato llegamos a la piscina donde nos econtramos con Vicente, Paco y José Vicente. Ahí sí reventamos a puntillas, clóchinas, cerveza, ensalada, chupitos que parecían cubatas y Paella. Si hubiera ido directamente a comer no hubiera tenido el contraste de «con lo bien que me lo estoy pasando y hace tres horas me estaba cagando en todos mis muertos». Y además no tendría de qué escribir hoy. ¡Todo ventajas!
Valoración de la ruta
Normalmente en esta sección hago una pequeña valoración que suele ser una excusa para poner un chiste o un juego de palabras, y luego la tabla con las puntuaciones que son totalmente subjetivas y no vale pa ná, pero los dibujitos quedan muy resultones y ya que lo hice, que luzca, pero:
- Ni he hecho la ruta entera
- Ni quiero herir susceptibilidades
Así que cada cual que la valore como le dé la real gana.